Carlos Granada rinde tributo a Garay

La mujer del levita (1899) de Epifanio Garay.
Museo Nacional de Colombia, Bogotá. Óleo sobre lienzo, 140 x 200 cm.

En 1899 La mujer del levita bautizó en nuestro país el arte erótico poscolombino, siendo la primera de las obras que asume sin reservas el tema de la desnudez, para lo cual su autor debió protegerse con una de las más cruentas historias bíblicas, provista de homosexualismo y violación, y que culmina con el asesinato y desmembramiento de la esposa a manos del trastornado marido originario de la provincia de Leví.
El escándalo persiguió a este refinado óleo desde que fue expuesto por vez primera, y fue acusado de “fotográfico, innecesariamente dramático y provocador”.
Nacido en Bogotá en 1849 y fallecido en Villeta en 1903, Epifanio Garay y Caicedo fue pintor, cantante de ópera y cronista. Estudió con José Manuel Groot, luego en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y en la Academia de Música. Adoptó el apellido Garini en su carrera operística. Ganó una beca en 1882 para estudiar pintura en París siendo discípulo de Boulanger y Bonnat. Fue director de la Escuela Nacional de Bellas Artes que sería clausurada por la Guerra de los Mil Días. Varias de sus obras se encuentran en Panamá y Cartagena, ciudades donde residió.

Carlos Granada (Honda, 1933), figura fundamental del Expresionismo Colombiano, uno de los más recurrentes forjadores de nuestro universo erótico y de los más agudos pintores de la incesante violencia de este territorio nacional, nos ofrece aquí su bella interpretación de esa pintura de Epifanio Garay que lo ha obsesionado desde su iniciación plástica.
Granada, quien ha realizado a lo largo de su extensa carrera homenajes a Géricualt, Fortuny y Velásquez, y quien piensa que el arte es un juego de influencias que debe culminar en la transformación de las estéticas, en el reportaje La persistencia de la memoria publicado hace una década en la revista Común Presencia (No. 14), con su indomable beligerancia responde así a la pregunta del artista como conciencia de su tiempo, siendo éste un testimonio que ayudará al lector a complementar el rostro de este creador determinante en la renovación de la plástica en Colombia:

“Desafortunadamente el arte en este país ha sido doblegado, arrodillado a las clases dirigentes o a las imposiciones económicas. Es, para decirlo con claridad, complaciente y débil. Los museos y las grandes galerías se convirtieron en instituciones oficializantes del artista y no en sus verdaderos promotores como debe ocurrir. Han impuesto una cultura petrificada, de formas convencionales, al servicio de una fácil imaginación. Arte comprendido es arte muerto. Nuestra sociedad fue asimilando a quienes no tomaron la rebeldía como su profunda actitud de vida. Sus víctimas fueron pintores de gran talento y fuerza expresiva como Alejandro Obregón, quien al final de sus días fue nuestro más reconocido artista oficial. Esto es desdichado, porque de los óleos de Obregón a sus acrílicos hay mucha diferencia, de la fuerza de sus cóndores a sus búhos existe una distancia enorme. Y no es extraño en este tiempo en que todo se vuelve moda, subyugación, ver a escritores y pintores mendigando las prebendas del poder... Santiago Cárdenas, Maripaz Jaramillo, Enrique Grau y Manuel Hernández, para nombrar sólo algunos, renunciaron a sus exploraciones expresivas convirtiéndose en cultura oficial; pero eso siempre tiene un costo muy alto, porque cuando la libertad de la imaginación se entrega al poder de turno la obra se vuelve inofensiva y estéril. El artista tiene que ser la persistencia de la memoria. La verdadera obra de arte no está en los museos, así como la literatura no está en las bibliotecas. Quizás es allí donde muere... Es necesario pintar la vida y la muerte, los extremos donde se define la existencia. La mejor pintura está en los suburbios, en la solidaridad humana, en las calles y barrios, en las pasiones y esperanzas de la gente común. Desde niño jugaba a pintar las imágenes de la violencia en el pueblo que vivía —Líbano, Tolima— y me impactaron tanto que me supe pintor el día que vi la muerte y descubrí la tortura en esa zona cafetera tan azotada por la guerra. Entendí desde entonces que debía contar la vida a través del erotismo y alternamente testimoniar el horror que sacude nuestro territorio. Una de mis exposiciones inaugurada en 1980 en el Museo de Arte Moderno de Bogotá ejemplifica esta visión con su título: El color de la vida, el color de la muerte”.

Homenaje a Epifanio Garay, inspirado en La mujer del levita. Autor: Carlos Granada.
Óleo sobre lienzo.

Carlos Granada (1933). Estudió Artes en la Universidad Nacional de Colombia. Se especializó en Pintura Mural en la Academia San Fernando de Madrid. Fue director del Departamento de Bellas Artes y del Museo de Arte de la Universidad Nacional de 1977-1979. Fue cofundador del Centro de Investigaciones Plásticas Taller 4 Rojo.