Por Guillermo Martínez González
Veinticuatro poemas, conforman el tono de este breve libro que oscila entre la magia y el destierro, el conjuro y el olvido. Entre ensalmos y ruinas, bebedizos e imprecaciones, se convoca un pasado sepulto, el destello de un rostro que se resiste a la memoria, a las crepitaciones de la hoguera en el desierto.
Lo inconcluso, el entrecortamiento de la fábula, la revelación que se avizora como hierba indómita, zozobran en los retazos de una historia que se silabea en la guerra, el amago de una cartografía y su despojo. Se habita, nos dice un poema, en la casa del naufragio, la que permanece oculta e hirviente, en la tiniebla total.
Invitamos a leer este libro como se aligera una pócima. De su lectura tal vez surjan las caligrafías de lo silenciado o los delirios del desarraigo. La inmersión atare fuegos proscritos, lo que se niega entre las fragmentaciones de un palimpsesto.
CASA HABITADA
Nuestra casa el olvido
El despojo de la memoria
Un pizarrón de trazos quebradizos
Una galería de ríos sin cauce.
Nuestra casa es el fin
El retorno de lo que no tiene nombre
De lo que nació inconcluso.
ÉXODO
Para Ricardo Cano Gaviria
Por la calle de los viejos adoquines se fueron,
Se marcharon, y se olvidaron de esta vieja tierra,
De estas ruinas musgosas,
De estos animales agotados.
Blandieron sus hoces, arruinaron sus bártulos,
Descosieron sus prendas
E incendiaron sus ranchos.
Se fueron, se marcharon,
Sin vitualla ni abrigo;
Mataron los mastines, ahogaron las bestias,
Sepultaron las efigies.
Sin anuncios ni plegarias
Negaron la patria y se abrieron al éxodo
Esquivaron la gloria y proclamaron la herejía.
Se fueron, se marcharon,
Quemaron la semilla y vejaron a las parturientas,
Negaron su pasado y denostaron del presente.
Se fueron, se marcharon,
Por la calle de los viejos adoquines,
Celebrando las ruinas y cantando la derrota.