De El sueño de Alicia de Alejandro Ovalles, recientemente publicado por la Colección Los Conjurados, y que contiene 19 ficciones y está acompañado de sugestivas pinturas de Nicolás De la Hoz, tomamos el texto “Plan de fuga”, donde el lector asistirá a una extraña gestación, a la trágica conciencia de un viaje sin final.
Nuestro autor nació en San José del Guaviare, Colombia, en 1980. Es Licenciado en Letras Modernas por la Universidad Tecnológica de Santiago (República Dominicana) y Magíster en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo (Bogotá). Es autor de los libros Abrapalabra (Educar, 2010) e Innovación lectora (Pearson, 2011). Actualmente es profesor de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, y ha sido profesor de la Universidad EAN, de la Universidad de la Salle y de la Fundación Universitaria Monserrate, entre otras instituciones educativas. Varios de los cuentos que componen este volumen han sido premiados en concursos nacionales e internacionales de literatura; también publicados en diversas revistas culturales y antologías.
PLAN DE FUGA
Por Alejandro Ovalles Bonilla
Hacía seis meses que existía. Flotando siempre en su vida oscura, la forma en que avanzaban sus meses sólo él hubiera podido revelárnosla. Desde su llegada involuntaria hasta el regreso voluntario, su existencia fue toda negación, así que quizás hasta el tiempo mismo negó y nada fue para él.
La noche en que llegó dentro, afuera había risas, lamentos lascivos y cansancio feliz. Varias noches después de la llegada continuaron las risas, los lamentos y el cansancio, redoblados esta vez. Era como si todo fuera fiesta; sin embargo, pasado un mes y algunos días la euforia se fue apagando, las cosas cambiaron, ya no volvieron las risas ni los lamentos dulces que anunciaban el cansancio. La celebración, ahora extinta, de pronto se había trocado en llanto y desvelo.
Mientras, para él, los días no eran como los nuestros, no se sumaban para dar paso a otros más grandes, sino que eran uno solo muy largo y oscuro, sin tiempo. Él era el culpable de todo: del llanto y del desvelo, también ahora del desprecio. Él, que había venido sin saber quién lo había despertado de su sueño sin existencia, de su nada; él, a quien habían traído, era el desprecio mismo, ni siquiera la causa del desprecio. Y sin entender nada durante los primeros tres meses, seguía flotando y girando lento dentro de su vida ahora dos veces oscura.
Al cuarto mes empezó a entenderlo todo, o más bien a darse cuenta de que desde el primer día lo había entendido todo. Es que al principio ese todo no tenía nombre, y para él era como si no existiera, no fuera, y, lógico, por eso no entendía nada. La primera palabra en su conciencia, la palabra tirana que habría de regir y manipular a las demás, fue cobarde. Esa palabra, sin saberlo, venía llegándole de afuera como un mensaje opaco desde hacía varios días, hasta que pudo retenerla en la memoria y asirse con violencia a ella. Tanto la pensó que cuando los sentimientos que le llegaban desde afuera fueron tomando otro rumbo que no era el del desprecio, no los aceptó porque los sabía resultado de aquella primera palabra.
El amor, que fue el último de los sentimientos que con más insistencia le llegaban desde afuera, ese amor que por orden de la cobardía habían engendrado el llanto, el desvelo y el desprecio, también lo negó; y de él, del amor y de su negación constante, surgió la segunda idea, esta vez venida de él, de muy adentro: había que fugarse, esa era la forma suprema de negarlo todo. Entonces éste fue su verdadero nacimiento. Si el más reciente había sido a la vida, a la no elegida; el segundo sería el regreso, la muerte, el lugar aquel en donde nunca había sido y del que ahora, extrañamente, tenía conciencia de haber pertenecido.
Entretanto habían pasado otros meses, y en nuestro tiempo él ya contaba seis. Un mes más tendría que pasar antes de la fuga. Fue así porque primero debió encontrar el camino. Pudo haber envenenado con excrementos su oscuridad marina, haber esperado el momento mismo del otro nacimiento para aferrarse a las entrañas de la madre y morir desmembrado, pero cuán vulgar le resultaba todo eso; esa no era la forma de regresar, no era la forma de negar el nacimiento a la vida por la que nunca había optado; además, le parecían accidentes comunes aquellas formas, y su regreso podría ser muchas cosas, pero no un accidente.
Al tercer día del séptimo mes, cuando por el cordón umbilical bajaban los últimos intentos fallidos de una comunicación obstruida desde hacía mucho como parte de su plan de regreso, vio en aquel órgano la fuga perfecta, la forma ideal de volver a su estado único y primero; y si retrasó el retorno por varios días más fue para darle tiempo a la muerte de grabar a cincel sobre su cara la risa macabra que más tarde habría de ver su madre. Por él no la hubiera retrasado tanto, porque la muerte no era la muerte, era el hogar. Pero mientras había que flotar y girar despacio para enredarse lento el cordón alrededor del cuello.