Alberto Osorio, quien fuera llamado "El Caballero de la Canción”, falleció el pasado 13 de octubre en Bogotá después de una prolongada enfermedad, lo cual para muchos confabulados sensibles a su armoniosa voz y a su calidad musical ha sido una oscura noticia. Este cultor del bolero, nacido en Boavita, Boyacá, el 12 de julio de 1926, compartió en su exitosa carrera escenarios con grandes intérpretes de este género como: Pedro Vargas, María Dolores Pradera, Alfredo Sadel, Celia Cruz, Orlando Contreras, Marco Antonio Muñíz, Chavela Vargas, María Luisa Landín, Tito Cortés, Lucho Gatica y Guillermo Portabales, entre otros.
Durante la década del cincuenta, este lejano descendiente de Miguel Ángel Osorio (Porfirio Barba Jacob), después de una efímera estadía en el Amazonas como telegrafista, estudió en el conservatorio de la Universidad Nacional e inició su vida artística en la emisora Nueva Granada de Radio Cadena Nacional, ingresando al mundo discográfico a partir del año 1958. En esta misma época fue precursor de la televisión colombiana con programas que se realizaban en vivo como Donde nacen las canciones.
Perteneciente a la famosa generación de boleristas colombianos iluminada por voces como la de Víctor Hugo Ayala, Alberto Granados, Lucho Ramírez, Jaime Hernández, Conrado Cortés, Carlos Julio Ramírez, Leonor González Mina y Matilde Díaz, con quienes coincidió en numerosos escenarios, Alberto Osorio grabó una decena de discos de larga duración con los sellos RCV, Vergara, Zeida, Codiscos, Fuentes y Sonolux, por lo cual le fueron concedidas las siguientes distinciones: Micrófono de Oro RCN, Micrófono de Plata RCN, Guaicaipuro de Oro (Caracas, 1955), Artista Emérito Puerto Rico (1968), El Gran Maestre de la Orden de los Lanceros del Pantano de Vargas, Medalla al Mérito Artístico (Palmira), Bolívar Desnudo (Pereira, 2001) y las Llaves de la Ciudad (de varias ciudades latinoamericanas).
Alberto Osorio, quien se hiciera famoso por sus notables interpretaciones de compositores como Rafael Hernández, Agustín Lara y Ernesto Lecuona, fue honrado por la amistad sin concesiones del tenor venezolano Alfredo Sadel —consentido de Hollywood y figura estelar de la Scala de Milán—, quien visitaría Colombia con el sólo propósito de adherirse al homenaje realizado al cumplir los veinticinco años de vida artística, que se le rendiría al maestro Osorio en Bogotá en 1983.
En su prolífica carrera recorrió varias veces el país dando conciertos y cantó en múltiples ciudades del continente: Lima, Asunción, Río de Janeiro, Santiago, San Juan, Caracas y Nueva York, y fue acompañado por los reconocidos músicos Jaime Llano González, Oriol Rangel, Manuel J. Bernal, Armando Velásquez, Pacho Zapata y Richard Ramírez, éste último, uno de sus grandes amigos, quien fuera el encargado de despedirlo interpretando sus más conocidas canciones el pasado viernes en Jardines de Paz.
En un tiempo donde abundan las estrellas pero que carece de cantantes, en una época famosa por las fugaces “celebridades” que son producto de la prestidigitación mediática, nos quedan las extraordinarias versiones de “Inconsolable”, “Señora tentación”, “Plegaria”, “Serenata de amor”, “La vida castiga”, “Si te vuelvo a besar”, “Congoja”, y “Mi propio yo”, eternizadas por el Caballero de la Canción, como un amuleto contra la mediocridad que asalta por estos días a la música popular en todas las latitudes del planeta.