La nueva selva virtual

Por Fabio Martínez
Cuenta la historia que cuando los chinos inventaron la pólvora hubo en aquel año miles de mutilados que ante la novedad que les suscitaba el nuevo invento, se lanzaron a usarlo sin ninguna prevención. Siete siglos más tarde, en la época de Galileo, fueron muchos los astrónomos aficionados que quedaron ciegos al no saber manejar este maravilloso artefacto que cambió definitivamente la idea del universo.
Hoy asistimos a una nueva revolución científica y tecnológica: el descubrimiento del mundo del ciberespacio o mundo virtual, que a través de unos medios y artefactos nos permiten comunicarnos entre los seres humanos.  
Toda revolución científica conlleva en su interior, una primera edad de júbilo, y una segunda edad, de decepción. La primera edad de júbilo, de novedad, es a la que estamos asistiendo con el mundo virtual y sus medios como son la Internet, los celulares, las tabletas, y en general, los recursos de multimedia, que hoy en día están a nuestro alcance. La edad de la decepción viene cuando el invento se ha decantado en la sociedad, y deja de ser un fetiche, otorgándosele el lugar real que le corresponde en el mundo.
El mundo virtual es hoy como la antigua Torre de Babel, que desafiando a Dios, quería alcanzar el cielo. Ante semejante osadía, Dios castigó a los hombres y originó la confusión de las lenguas.
El mundo virtual al que asistimos es hoy en día tan poderoso que no sólo quiere alcanzar el cielo sino también, quiere arrasar con el mundo cotidiano de los seres. Advierto que no estoy en contra de esta nueva osadía humana; en lo que quiero insistir aquí es que debemos pasar rápidamente de esta joven edad, tonta y bobalicona, para realmente utilizar en beneficio del mundo, toda la inventiva científica y tecnológica. De lo contrario, la nueva selva virtual, con sus páginas webs, sus blogs y sus redes sociales se va a convertir en una confusión de lenguas, que nos llevará a una guerra virtual, como ya lo estamos avizorando.
El primer mito que debemos derrumbar es que la Internet es Dios, es el nuevo oráculo de los mortales. Lo digo porque en muchas ocasiones, algunos científicos e intelectuales hemos querido abrir un debate sobre la Internet y las redes sociales, y enseguida, los nuevos cristianos digitales que viven en la edad eterna del jubileo, no admiten ninguna crítica sobre el mundo virtual. Para poder comenzar a ver los verdaderos alcances de la revolución virtual y su adecuada utilización entre los internautas, tenemos que abrir espacios de crítica y reflexión, como lo hicimos cuando se inventó la imprenta, y más tarde, cuando se inventó el cine. Si consideramos a Internet como el nuevo Dios, estamos creando un nuevo dogma y una nueva religión.
 También tenemos que comenzar a desmitificar ciertas prácticas salvajes y antidemocráticas que se vienen haciendo cuando se trata de utilizar medios virtuales. Bienvenidas las revoluciones científicas pero que siempre estén precedidas de revoluciones humanistas donde la ética y el derecho ciudadano estén a la orden del día. De lo contrario, estaremos pasando de la selva humana en la que vivimos a la nueva selva virtual, donde el simulacro, la mimetización, la injuria y la calumnia, campean en todo el orbe virtual.
Así como en el mundo real existe una legislación y una reglamentación para que los ciudadanos puedan interactuar entre sí, así mismo la autopista virtual necesita de una legislación para que sus transeúntes se respeten entre sí. La nueva Torre de Babel no puede ser la panacea incuestionable donde todo vale. La democracia no se comprende de esta manera. Si se quiere, la democracia es en el mundo real, así como en todos los mundos posibles y paralelos, el derecho que yo tengo a respetar y convivir con el otro.
Esto es lo que, precisamente, no se está dando en esta primera edad de encantamiento de la Internet. Por esta razón, existe la necesidad de crear una legislación, que respetando la dinámica amplia y democrática que ha generado la red, detenga los alcances infinitos de la torre y no vaya a crear una nueva ley de la selva donde a decir de León de Greiff, “todo no vale nada si el resto vale menos”.
El primer artículo de esta legislación es reconocer que la Internet, así como los blogs y las redes sociales, son un medio, no son principio ni un fin, como lo pretenden ver los nativos digitales de la red. Si se comprende este principio sobre los medios, los padres de familia ya no dejarán que sus hijos estén 24 horas sentados frente a un computador, perdiéndose toda la riqueza que les brinda el contacto con otros niños y con la naturaleza.
El otro día me encontré en Unicentro con un amigo muy entrañable, lo invité a tomar un café, y me dijo que no, que mejor era que chateáramos y me dio su pin. Con tristeza he descubierto que mi pocos amigos que tenía en la vida real, los he venido perdiendo poco a poco, y en cambio, se los ha tragado Facebook y Twitter. Incluso, tengo un amigo poeta que abandonó la poesía por estar todos los días dándose vitrina en una red social. Otro más, abandonó a su mujer real por una tiniebla virtual, que ofrece todos los servicios por la red. Es el complejo del ser solitario y abandonado que busca afecto a través de la red.
Pero la anomia virtual no sólo se expresa a través de estos ejemplos curiosos. La confusión de lenguas en la Torre de Babel ya comenzó: gente inescrupulosa entra a la red con otra identidad; se roban correos; se cambian identidades; se injuria y se calumnia y se amenaza de muerte; el ochenta por ciento de la información de Wikipedia es veraz, el otro veinte por ciento es espúreo y está hecho por los nuevos tontos virtuales que quieren ser famosos; los hackers roban la producción de los compositores y los músicos; bajan y venden las películas donde se invierten millones de dólares y luego las ofrecen en las calles por dos mil pesos; y ahora van por los libros. La imagen del “artista del hambre”, de la que hablara Kafka, está pues, a la orden del día en el ciberespacio.
Bienvenidos, pues, a la nueva selva virtual, pero que ésta sea manejada con ética y respetando los derechos humanos, que son inalienables.

*Narrador y catedrático colombiano