La ciudad del poeta

 

Río de Janeiro
Por Carlos Fajardo Fajardo*
 “Que me perdonen las muy feas, pero la belleza es fundamental”, dices al verla pasar de nuevo frente al bar Veloso, por la calle Montenegro, donde con Antonio Carlos Jobim le escribiste en el verano del 62 esa sensual canción,  famosa en toda Ipanema. Allí te encontré saboreando tu escocés vespertino. Hoy esa calle lleva tu nombre Vinicius, tu nombre que tantas alegrías y saudades sintió en este Río de Janeiro donde triunfa a veces el sol y los cuerpos brindan su esplendor sobre las arenas; donde crepitan juventudes y vejeces marchitas, juegos de manos, de balón, de miradas enamoradas y besos públicos bajo el imperio solar.
“Esa muchacha era toda un canto”, te escucho decir cuando con una caipiriña me acerco a tu ya legendaria mesa. “Sí. Heloísa Eneida Menezes Paes Pinto tenía algo de baile, algo de flor, algo bello e inesperado. Con una infinita volubilidad de pájaro cantaba siempre el inaudible canto de su combustión; exhalaba siempre el perfume imposible, destilaba embriagadora miel. Ah eterna bailarina de lo efímero. Pero se nos convirtió en poster para los turistas, en canción nacional, nosotros que tan sólo deseábamos exaltar el amor al cuerpo, a la belleza…Con Tom Jobim el barrio de Ipanema y este bar tenían solo un nombre: felicidad. Era como si el amor doliese en paz. Nuestra famosa garota no sabía hasta qué punto a la ciudad turbaría, ese río de amor que se perdió”.
Lo he visto una y otra vez llevar hacia sus labios el whisky con hielo, como si los recuerdos de esta ciudad, donde incluso la tristeza es más bella, lo contagiaran con toda su saudade. Ahora es un orgullo nacional. Río es la garota comercial para los turistas que pagan muchos reales con tal de sentarse en esta mesa donde la sombra voluminosa y bonachona de Vinicius aún respira en medio de viejas fotos, retratos de amigos idos, amores inconclusos.
Rúa Vinicius de Moraes. Aquí transcurren veloces los autos ignorando qué tanta pasión cruzó por estos andenes. Nubia, Laura Camila y yo hemos cometido la falta de habitarla, deseando guardar la eterna foto de la orgullosa visita. Frente al aviso de la Rúa he posado para contribuir a esta procesión de imágenes de postal. Sin embargo, Vinicius, cuánta admiración y amor guardo por tu poesía, a tu voz y desgarramiento. Sé que me harás algunos reparos por alabar no solo aquella mágica tarde del 62, sino a la alegre y melancólica obra que realizaste en medio de tanto exilio, tanto viaje, tantas entregas y separaciones. Así vive un poeta Vinicius, pleno de gratitud, bebiéndose la eternidad y el instante, el cual, como insistías, es “infinito mientras dura”.
Durante algunos días te buscamos por las calles de un Río pleno de tibio sol. En la Avenida Nossa Senohra de Copacabana por fin dimos contigo. Estabas en un kiosco de libros usados. Bien acompañado, es cierto, por tus eternos cómplices y camaradas, con los cuales levantaste el gran edificio de la poesía brasileña: Carlos Drummond de Andrade, Manuel Bandeira y Joao Cabral de Melo Neto. O Melhor da Poesia Brasileira se llama este librillo que cargo conmigo y que frente a tu presencia leo en este legendario bar. Poso mis ojos sobre tu poema ausencia, creando una sin igual paradoja, pues ¿qué otra cosa es la poesía?
Pasa otra vez por tu memoria aquella “música en forma de mujer”, como un verso de tu admirado amigo Paul Eluard, como “una ola solitaria corriendo lejos de la playa”, esa mujer hecha guitarra. “¡Mi Dios, yo quiero la mujer que pasa!”, dices. Entonces recuerdas las veladas y canciones junto al extraordinario Toquinho cuando en el 64 decidiste no representar diplomáticamente a un gobierno de militares dictadores. De modo que apostaste más por tu vida de poeta, de cantor y bohemio, donde, como mencionas, “no faltaron los elementos primordiales: botellas de whisky y mujeres bonitas”. Esa actitud te ha ganado mi envidia y admiración, mi más extenso aplauso.
¡Vaya canciones que escribiste! Tan pronto al escucharlas hacen que arda el corazón. Te confieso que me gustaría cantar junto a ti aquella Tatamiró danzante, tu Samba saravah; la Carta ao Tom, o ese A bênção Bahia, la sin igual Sei Lá, el Canto a Oxum, tu Tarde em Itapoã, o Para viver um grande amor, como tantas otras que vienen, van y vuelven por las venas igual a las olas que golpean tu ciudad. Alguna vez lo escribiste: “una ciudad sin canciones y sin enamorados públicos no es una verdadera ciudad. Nadie puede decir que Río no  sea una ciudad de enamorados”.
Desde la playa de Copacabana he mirado el grandioso Pão de Açúcar. También he realizado el ritual ofrecido al visitante y me he visto en esa montaña de nubes fotografiando a la bahía de tu hermoso y contradictorio Río tan bárbaro y sensual, tan lleno de pobreza y de abundancia. He subido al Corcovado y lo he visto como lo viste en el año 74 en esa emocionada carta a Tom Jobim, en la cual desde “la ventana se veía un rinconcito de cielo y el Redentor”.
También he visitado “al único, al incomparable, al magnífico Maracaná”, el mismo que te llenó de dolor en el 50 frente a los asombrados uruguayos; el que te hizo escribir un canto a Garricha, ese “ángel de las piernas torcidas”. “Un ángel, pura imagen, ¡pura danza!...Allá se lanza más rápido que el propio pensamiento”. Y a Pelé, al que llamaste genio, “para mayor gloria del fútbol brasileño".
Sabes Vinicius, en ese templo del gol comprendí  tu canto de amor y angustia al seleccionado de oro del Brasil de 1962. “No jueguen más fútbol internacional porque mi pobre corazón no aguanta tanto sufrimiento”, les suplicabas. “Por favor ganen enseguida y vuelvan a casa con la copa erguida bien alto para la transmutación de nuestros júbilos”. Sí, allí te vi llorando ante una multitud cuya sangre entra verde por el ventrículo derecho y sale amarilla por el izquierdo, fundiéndose en un cuerpo amoroso.
No has parado de hablar recordando viejos tiempos. Pido otra caipiriña mientras el antiguo bar Veloso, hoy Garota de Ipanema, se llena de curiosos, ataviados a la usanza de los turistas. De pronto, entre susurros, tratando de ignorar tanto escándalo, te escucho mencionar algunos nombres: Rua Lopes Quintas, 114, barrio de Gávea, donde naciste en 1913; Beatriz Acevedo de Mello, la hermosa Taty; Gesse Gessy, la actriz bahiana y tu vida de hippie junto a ella; Gilma Matosso y todos los nombres de las nueve esposas que acompañaron esa “melancolía optimista”, entre la culpa y lo pagano, lo permanente y lo fugaz. Los pronuncias junto a otros que te embriagaron en el constante pugilato: Cándido Portinari, quien te hizo aquel retrato en 1938, única reliquia que conservabas en cada separación, en cada despedida; Tom Jobim, João Gilberto, Badem Powell, Carlos Lyra, Toquinho, Miucha, María Creuza, Chico Buarque, parceiros todos con los que te fuiste como trovador y juglar por los caminos a cantarle Bossa Nova al mundo. Dime  Vinicius  ¿qué más quiere un poeta? Me lo dices al oído:”la poesía es tan vital para mí que llega a confundirse con el retrato de mi vida. Juzgar mi poesía equivale a juzgar mi vida. El material del poeta es la vida”.
De igual manera moriste en la bañera de tu casa donde escribías los poemas. Te encontró Toquinho, ya muerto sin tu habitual poderoso aliento tan lleno de deseo. Fue el miércoles 9 de julio de 1980. Tenías 67 años, pero para ti tan sólo se iniciaba el camino.
Al otro lado de la ventana del bar pasa de nuevo tu garota detenida en el tiempo. Con Laura Camila y Nubia la vemos marchar alegre hacia otra playa, otro mar, tal vez el que inventa tu poema, un mar vuelto palabra.
* Poeta, ensayista y catedrático colombiano