El trasfondo de la sombra de Jairo Alberto López


Por Hernando Guerra Tovar
El mundo que vemos es el efecto de nuestra proyección o extensión desde un yo oculto en el inconsciente. Todo está en el interior del ser. Percibimos el exterior en congruencia con nuestras más caras obsesiones. Fundamos el mundo físico. Ello explica la individualidad y el especialismo  –el ego–  en que el ser se debate desde la fabricación del cuerpo, el tiempo y el espacio –la forma–, la cual prevalece frente al contenido, en un universo de apariencias.
Desde esta premisa la poesía es un viaje que se inicia en la más profunda interioridad del hombre, constituyendo su tesoro más preciado: la autenticidad. Aquí está su valor. En este hecho afortunado radica su posibilidad humana, vindicadora del ser, del genuino ser con su carga de visiones, palabras en la forma, pero con alto contenido de silencio. El artilugio queda proscrito. Claro, como toda creatura, la palabra llega con sedimentos que el poeta debe limpiar, pero esta decantación no aparta la revelación primigenia contenida, y por lo tanto no traiciona la certeza interior, que es la verdad.
Es en este territorio donde El trasfondo de la sombra (Colección Los Conjurados, 2011) de Jairo Alberto López, nacido en Aranzazu, Caldas, Colombia, en 1964, irrumpe con su itinerario de destellos. Ya en 2005 nos había sorprendido con El grito de los muros (Editorial Domingo Atrasado), y desde entonces asistimos a la feliz comprobación de una voz nueva, que nos confirma la persistencia de la Palabra en una nación fragmentada, hecha de violencia, banalidades y retazos, en un tiempo casi detenido, inerte, como el poeta advierte en el poema “Puente”: “Tiempo congelado del río. / Señal de nuestros vacíos / ante el fugitivo horario del alba. / Puerto para migración de crepúsculos. / Evocas a mis suicidas / y precipitas / el último de los sueños.”
En El grito de los muros, el poeta Jairo Alberto López traza su derrotero por la palabra oscura, ávida de luz, que da cuenta de su sensibilidad, de su obsesión por el alba, en donde los colores transparentan la noche e inauguran el esplendor de la vigilia, lejos del agujero negro que le asedia: “Veo que mi soledad posee su escondite, / un hoyo negro en el infinito tal vez. / Posiblemente todavía me torture / con la primera aparición de la luz.” (Lobreguez). Y, es éste último verso el puente que cruza el río congelado de la vida para dar continuidad al símbolo en la noche infinita de su poética, en el segundo libro, El Trasfondo de la sombra. Aún la sombra le persigue y le perseguirá, y de ello somos beneficiarios sus lectores, secta invisible que le sigue para beber de las tinieblas el licor de su brebaje.
No en vano el poeta López arranca este nuevo libro, que no es nuevo propiamente, sino la perplejidad de su devenir oscuro, con este verso: “Camino con la duda que los actos producen.”  El poeta sabe que la incertidumbre es puerta de un universo a otro, de un sueño a otro, que al final es el mismo. Si bien esta circularidad conduce a ninguna parte en términos metafísicos, en el lugar de la poética sí genera un movimiento que se traduce en el crecimiento de la propuesta estética: “¿Quién anda ahí? / –pregunto a la oscuridad–. / Nadie responde. / Cautelosamente / mi sombra se ausenta.” (La desnudez de la costumbre).
Si la sombra se aleja para regresar una y otra vez, también es cierto que hay un fluir cercano que el poeta contempla extasiado como para musitar estos versos estremecidos: “Un río transita frente a mi ventana. / (…) Nada veo después de esta imagen. / Soy yo tras mi sospecha.” (Sueño). Las preguntas que a la vez invocan, como una plegaria, el advenimiento de la luz, desde la profunda interioridad existencial que es, repito, constante en la breve pero esencial obra de López, concurren al acierto de su visión, o si se prefiere de su sospecha iluminada, elemento significativo en toda propuesta estética, aquí y en cualquier lugar, es decir, que le confiere universalidad: “¿Hacia dónde voy con este cuerpo y su evocación? / (…) ¿Cómo reconstruir la memoria / que nos devuelva al primer nacimiento?
Poeta que se respete indaga su génesis. Esta mirada interior hace parte de su condición mística. La videncia que le es propia al artista se plantea en la certidumbre de su propósito revelador, acto de creación, y para ello se vale del candil, lámpara ancestral que encuentra luz entre la sombra más propicia, hallazgo o comunión necesaria en el esquivo silencio de la noche: “Ha empezado a desnudarme / la lámpara con la que busco mi orilla. / Sufro los días interminables.”  (Oquedad). Y en el poema Candil: “En la casa / (…) ¿El laberinto que conduce hacia sus cuartos / conocerá el final de mis pasos? / (…) Allí mi cuerpo es lámpara: / refleja lo que contiene; / transforma mi alma para danzar / en la plenitud de los reencuentros.”
Como en la alegoría de Platón, El trasfondo de la sombra puede ser una caverna en donde se proyecta, distorsionado (toda proyección es irreal) el tránsito del mundo externo (Entonces no hay duda –dije yo– de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados...) Aunque Platón lo expulsara de su República, aquí el poeta, como el filósofo, es el liberado que trae o lleva noticias de la luz desatadora de las cadenas de sus compañeros, pero nadie le cree, sólo su angustia: “Navego, pero una amarga ola / vive en mí como sombra maldita.” Así, el reencuentro de la libertad hace una pausa de siglos en el instante de la eternidad, se congela en el dolor de la ausencia, y entretanto la sombra prosigue su reinado: “La herida que cicatriza / se nutre con la herida que se inaugura.”
Con El trasfondo de la sombra, en una bella edición ilustrada por el mismo autor, prologado por la poeta, narradora, ensayista y gestora cultural,  Amparo Osorio, la obra de Jairo Alberto López, incluido en la reciente antología preparada por el Profesor Fabio Jurado Valencia, Poesía colombiana 1931-2011 (Colección Los Conjurados), alcanza un nivel de madurez  entre las más recientes voces, y le sitúa dentro de la tendencia contemporánea en nuestro país, que hace de la poesía un conjuro contra la dictadura de la sinrazón: “Aprende a concebir lo imperceptible. Despoja de su máscara a la muerte.” (Poeta).