Entrevista con Germán Londoño




Germán Londoño
El último de su especie
Por Gonzalo Márquez Cristo
Con-Fabulación entrevista a uno de los artistas colombianos más versátiles y profundos de las últimas décadas, quien ha cultivado el dibujo, la pintura y la escultura con inmensa fuerza expresiva, e indagado con audacia el amargo tema de la violencia, que tanto ha golpeado a su país natal. Nacido en Medellín en 1961, Londoño comenzó a exponer en 1978 (a los 17 años), e hizo estudios con Libe de Zulátegui y en la Escuela Internacional Il Bisonte de Florencia, Italia. Su exposición África realizada en Bogotá en 1995, fue un acontecimiento plástico en el país, al cual le sucedió Vida y sinrazón de los fantasmas (Galería Garcés Velásquez, 1996) y la muestra Como un río de sangre (Museo de Arte Moderno de Bogotá, 2001); extensas series que le han valido comentarios de Fernando Botero, Eduardo Ramírez Villamizar, Cobo Borda, Gloria Zea, José Chalarca y Álvaro Medina, entre otros. A continuación un homenaje a su impactante universo creativo.

El tema de la violencia que remite siempre a la paradigmática pintura Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya y a los artistas colombianos Alejandro Obregón, Carlos Granada y Pedro Alcántara Herrán, quienes exploraron ese universo aciago, se ha constituido en una de sus búsquedas (o mejor, de sus encuentros) más notables. ¿Cree como René Char que cuando la muerte es más violenta la vida está mejor definida?
No lo sé. Ese tipo de intuiciones se adaptan mejor a un caso extraordinario cómo el de Cristo, o un supuesto redentor latino, cómo el Che Guevara. Ciertamente en Colombia, con tantas muertes violentas, la vida estaría mejor definida y debería nacer en todos la conciencia de cuidar su fulgor como a un candil bajo la tormenta… Pero yo no sé sí encontré algo valioso en las obras dedicadas a este tema, me consuelo pensando que al menos lo intenté.

Su exposición África, realizada en 1995, hizo visible a un artista integral que asume el dibujo, la pintura y la escultura, con los recursos propios de cada una de estas formas de expresión  —lo que es admirable— y con un torrente poético, tan escaso actualmente en el arte realizado en Colombia. ¿La poesía debe ser el objetivo de nuestra especie, como lo soñó Joseph Brodsky?
Más que un artista integral, un artesano integral, dueño de una gran variedad de recursos manuales y formales para poderlos desarrollar de manera simultánea, ese es mi ideal, y claro, aspiro a que el conjunto de toda esta artesanía, tuviera un inconfundible carácter poético… Es en las tribus, que aún persisten en muchos lugares del mundo —y sin necesidad de idealizarlas— donde esta “poesía integral” impregna todos los aspectos de la vida, existencias duras y brutales, y sin embargo vidas repletas de significado, hasta que entran en contacto con un mundo exterior que quiérase o no, es totalitario y unificador. Pienso que cuando muchas de estas etnias sienten vergüenza y renuncian a su desnudez y comienzan a vestirse se ha iniciado para ellas el principio del fin. Así pues el mundo que soñó el Premio Nobel Joseph Brodsky ya fue, ya sucedió, y en todas partes está dejando de existir.

África, no es un continente sino una región interior, el horizonte del origen. ¿Su extenso trabajo con ese tema pretendió ser un exorcismo de los terrores primitivos del hombre y la respuesta, sustancial y con frecuencia irónica, de aquellos cazadores sigilosos a la tiranía de la muerte?
Cuando comencé a desarrollar la serie África, yo no tenía un propósito previo o un plan conceptual determinado. Las imágenes simplemente surgían según su propio deseo, imperiosas en su afán de tomar forma, hacerse cuerpo, pedir prestado un poco de materia para existir: un pedazo de tela, una hoja de papel, madera, clavos, arena, buscando tan sólo existir al margen de cualquier teoría previa. Sí algún exorcismo se llevó a cabo en esos días no fue otro que el de mis propias manías formales, mi gran amor por la depuración formal del arte Egipcio. En el caso concreto de los cazadores, ellos no han muerto en modo alguno; para la serie que trabajo actualmente, Caballos, guerreros y desastres, planeo pintar unos cuadros titulados “Cazador cazado”, en los cuales el cazador es literalmente sometido y violado por la bestia perseguida que pudiera ser un jaguar con todo lo que tiene este animal de emblemático y mitológico; de modo que el significado es claro: la víctima es ahora victimario, en una suerte de venganza de los animales —erotizada por supuesto—. Se desarrollaría aquí con ironía y una buena dosis de humor negro, aunque, y ahí está el verdadero problema, lo importante será encontrar los equivalentes de esta anécdota en cuanto a color, forma y superficie para que pueda hablarse con propiedad de una pintura, de hacer Pintura, el cual siempre es el problema.




"El último de su especie", Escultura de Germán Londoño

Es difícil olvidar la escultura “El último de su especie”, donde un engendro semejante a una hiena es atravesado por un enorme cuchillo oxidado, verdadero ícono del arte en Colombia, metáfora aterradora del reinado del hombre...
Me gusta esa palabra: engendro. Y sí, ese engendro surgió a raíz del cuchillo, literalmente el cuchillo me sugirió la figura del animal, no inmediatamente sino unos meses más tarde. Digamos que ese puñal quería cortar o traspasar a alguien o a algo, si no ¿para qué existen los puñales? Y obviamente el cuchillo, su longitud me dio el tamaño y proporciones del animal, de este engendro cuadrúpedo que representa a todos los animales en peligro de extinción, o sea a casi todos los animales salvajes… Ojalá este “muñeco” fuera una “metáfora aterradora” como sugiere su pregunta, pero lo verdaderamente aterrador es el reinado del hombre, sin duda alguna la creatura más destructiva que haya existido jamás.

Su interés por la expresión pictórica de los antiguos egipcios y el arte primigenio en general, y su afiliación a ultranza por lo figurativo, ¿denota su tedio por las manifestaciones contemporáneas de la plástica donde la especulación ejerce su dominio?
Yo no escogí el arte egipcio o el llamado “arte primitivo” como referentes estéticos debido a una postura mental preconcebida, no! Más bien digamos que el arte egipcio me escogió a mi… Considero que en cuanto a mi obra, en el dialogo obsesivo que mantengo día a día conmigo mismo soy bastante académico, pero en lo que respecta al trabajo de los demás soy de lo más heterodoxo. Resulta paradójico que quizás la persona que más conflictos tiene con mi obra soy yo mismo: ese tedio que mencionaste por supuesto yo lo siento, pero es con respecto a mi propio trabajo, tedio pero sobre todo insatisfacción: son muy pocas las obras mías con las que puedo realmente convivir, en cambio con el arte primitivo, sí que me es fácil hacerlo, lo irónico es que los fabricantes de tantas maravillas no se consideraran así mismos artistas; una tribu que me fascina por ejemplo, los Asmat, en Nueva Guinea, autores de esos magníficos postes totémicos impregnados de tanta plasticidad y destreza formal son paradigmas de lo que yo admiro. Brutales y refinados, indiferentes a las fluctuantes reacciones del público que los mira perplejo, son fascinantes en lo que tienen de incomprensible, de salvaje e irreductible.
Pensemos en África: el más importante aporte del África negra y tribal al acervo cultural de la humanidad es su escultura en madera, en esta misma línea, las mejores esculturas de San Agustín son obras de arte de primer orden y su poder es universal, aunque por supuesto es un arte regional, tribal, paradójicamente universal en su vigor y expresión. A propósito yo tuve la oportunidad de conocer a través de una fotografía una escultura Muisca en piedra de la que me enamoré inmediatamente por su extraordinaria simplicidad y misterio, y la considero una de las piezas más hermosas de la estatuaria mundial, lo que hace más doloroso el hecho de que actualmente esté perdida, pues su dueño era un mafioso, que como imaginará lo asesinaron y sabrá dios donde estará esa piedra actualmente. ¿Qué destino tan colombiano, verdad?

¿Cree que una obra que no dialoga con la fuente del origen ni con el poder inexorable de la muerte, como lo pensó André Malraux, es fugaz? 
Para mí, más allá del aprecio o desencanto que pueda recibir una obra de arte, su permanencia está indisolublemente ligada a su complexión formal, al vigor y contundencia de sus cualidades estéticas. Si dependieran solamente de conexiones poéticas en relación a la muerte o al origen y esencia de las cosas, estaríamos limitando las infinitas acepciones de la cultura humana, siempre cambiante, y actualmente más vertiginosa que nunca. Humana o inhumana esa obra solamente puede ser testimonio de las circunstancias y sociedades que la crearon. El arte es la consecuencia inevitable de la sociedad en la que surge y no puede sino reflejarla, aunque a veces no nos guste para nada ese reflejo.




Germán Londoño: Hombre y fantasma cruzando el río doble

En 1996 inauguró en Bogotá su exposición Vida y sin razón de los fantasmas. Allí los espectros son la mayoría de las veces formas del deseo o cruentas figuraciones de la memoria. ¿Piensa como lo postuló el escritor argentino Antonio Porchia que “quien no llena su mundo de fantasmas se queda solo?”
No sólo de fantasmas sino también de religiones, de mitos, de mistificaciones, mitomanías y fetiches. En mi caso individual esto es indispensable: cada obsesión que surge en mí busca erigirse en mito y esta mitomanía busca “tomar materia”, materializarse para ser, ser forma y más aún arquetipo. En el caso de la serie Vida y sin razón de los fantasmas el argumento básico consistía en esas figuras lineales, en oposición a las otras, las “reales”, figuras concretas mucho mejor definidas… El encuentro de estas dos formas de representación me excitaba en aquel entonces, pero la verdad no creo que eso haya funcionado muy bien que digamos. Quizá en esta nueva serie de los caballos pudiera volver a trabajar ese mismo recurso gráfico a ver qué pasa… No sé, a lo mejor resulta.

Se podría inferir que así como los espectros son sombras no encarnadas, en su obra son dibujos que no alcanzan a convertirse en pintura, razón por la cual siempre aparecen como simples grafismos. En su cuadro “Cleopatra y sus fantasmas” podemos ver la insinuación de una cobra y en “Los hermanos Wright”, el dibujo tutelar de un avión... ¿Ya pintó “Germán Londoño y su fantasma”? ¿Y cómo sería aquella sombra capaz de definirlo?
El fantasma que me definiera tendría por fuerza que ser plural, triple o múltiple de modo que tendría que reunir todos los que ya he dibujado o pintado en un solo lienzo. Claro que no es difícil entrever dos sombras opuestas, entrecruzadas en mi mente de forma perpetua: uno sería un fantasma violento y lascivo, una especie de entidad guerrera, pasional y altiva, acompañada por otro espectro, digamos religioso, sacralizado o incluso sagrado, obsesionado con el carácter incomprensible y siempre presente de toda divinidad.




Germán Londoño: Amor frente al mar


En su pintura existe una apropiación volcánica del color que evoca a Van Gogh, aunque en el pintor holandés existe más turbulencia. Cuando opone los azules a los amarillos y naranjas, podríamos recordar la paleta de Matisse, además de una similar búsqueda de equilibrio con el genio francés. Y cuando vemos ese reiterativo personaje —aquel hombre adusto que gracias a su obra también hace ya parte de nuestro zoológico imaginario— de cuerpo estilizado, poseedor de unas piernas diminutas y torso inmenso, provisto de un hocico de dinosaurio, podríamos rememorar el universo de Roberto Matta... ¿Siente a esos maestros del pasado espiando por encima de su hombro?
Hablar de Van Gogh o Matisse, es nombrar a dos de mis dioses protectores, dos padres enormes a los que uno busca infructuosamente asemejarse. El mirar sus obras me obliga a pintar. En ambos color, ritmo y superficie son el asunto básico, así como sus mejores dibujos son esencialmente lineales. En sus escritos ambos se refieren continuamente a la forma y al color, a este difícil matrimonio del color con la forma, como un asunto esencial, definitivo, la condición sine qua non de su pintura y ambos lo demostraron con creces; aunque Matisse, francés al fin y al cabo, me parece que racionalizó excesivamente su instinto, limitando por consiguiente las posibilidades expresivas de su color, en una notoria domesticación de su prodigiosa intuición. Sin embargo me encanta como Matisse trabaja con tanto rigor un mismo lienzo para buscar la quintaesencia de las cosas, el arquetipo perdurable detrás de la cambiante realidad.
Van Gogh, en cambio con su pincelada vertiginosa, está vivificando o sacralizando cada pedazo de la realidad, de su realidad, entregado a la tarea devota y fanática de pintar más de ochocientos cuadros en tan poco tiempo, sabiéndose marginal, pero reconociéndose profeta, indiferente a la mirada ajena pero soñando con dialogar con un público aun inexistente… Esos son seres demasiado especiales. Con razón para Bacon y Picasso, Van Gogh es el pintor más grande y la gloria de ambos es una gloria pintada, o sea hecha de superficie y pigmento. En cuanto a Matta, aun admirando mucho su trabajo, no percibo una influencia suya en mis figuras.

Como un río de sangre es el título de su muestra realizada en 2001 en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Allí reinan los cuerpos mutilados en composiciones tan sorprendentes como armónicas, dotadas de una fuerza macabra y donde el humor no está ausente. ¿Es el miedo, el origen de su arte?
El origen de mi obra no puede ser otro que la ansiedad, una ansiedad neurótica convertida en hiperactividad manual, que me obliga a invertir miles de horas en toda clase de pendejadas: mi familia imaginaria donde mis hijos e hijas son en su mayoría y literalmente mal-paridos, puesto que, de la intención a la realización media a veces un abismo. A propósito de la serie Cómo un río de sangre: la obra más ambiciosa, Gran tríptico colombiano, adolece de un mayor estudio formal, aparte de que dos o tres figuras sobran. Eso es entre otras cosas lo desconsolador de mi trabajo y del hecho de ser figurativo: las figuras mismas casi nunca son lo satisfactorias que deberían o podrían ser. Casi siempre algo queda faltando.

Germán Londoño, Gonzalo Márquez Cristo y Alina Benjumea
Los ríos son obsesivos en su obra, pero casi siempre son de sangre. La luna también es frecuente, pero es el fantasma del sol como en el poema de Hölderlin. Sus figuras están en un equilibrio imposible, no obstante son creaturas del abismo... Sus figuras han sido exterminadas y ostentan mutilaciones o heridas profundas pero no están muertas…
No, no están muertas, es verdad. En esa serie en concreto me di gusto rebanándolas por todos lados en un afán de reinventar la figura humana que ha sido siempre mi argumento esencial. Estas figuras o “muñecos” como yo las llamo con frecuencia viven toda clase de tragedias, incluso muchas han perdido sus cabezas, pero siguen existiendo con esa vida solo posible en los reinos de la ficción: se trata aquí de pura especulación formal y claro, hay humor, ironía y el clima general es trágico y cómico a la vez. Esa es la realidad por aquí, tragicómica al cien por cien, ¿pero, que es lo que queda finalmente en el lienzo? Quizá un intento por sublimar todo esto en una fiesta de forma y color, o al menos eso es lo que pretendo. Claro que del dicho al hecho…

Usted habla de una belleza que habita en la violencia…
La belleza dentro de la violencia, sí. Qué bueno sería que toda obra mía fuera un hecho, un pedazo de belleza consumada, autosuficiente. Ojo: digo consumada, no consumida, digamos como una buena corrida de toros: hermosa, festiva y brutal, aunque la mayoría de la gente deteste las corridas. La cuestión es que yo veo belleza donde otros solo ven violencia. Hay muchas obras mías que podrían decorar la habitación de un bebé, pero mi ideal es ser tanto dramático como lírico y delicado. Pacífico o terrible, como Picasso y Obregón, realizar este propósito consumiría toda una vida o varias.