Por José Luis Díaz-Granados*
"Por un instante mirarás el cielo llorando. / Grandes pájaros plateados quiebran el cielo de Bagdad, / llenan ese firmamento de fuego / y desde lejos dejan su ceniza en las calles de la ciudad".
El texto anterior, titulado "Pájaros de Bagdad" no corresponde a algo escrito en abril de 2003. Se trata de una cuarteta del poeta iraquí Ahmed Hasim (Bagdad, 1884 - Estambul, 1933), escrita aproximadamente en 1921 cuando en su patria se acababa de producir una insurrección nacionalista contra la ocupación británica.
Por esa época, nada hacía vislumbrar el sofisticado armamento de los Estados Unidos, ni mucho menos la barbarie aérea que sobrevendría contra Bagdad como la que el poeta vaticinaba en sus versos. Hasim vivió sólo 49 años. Escribió libros de hermosa y delicada factura lírica como Las horas del lago, Refugio de cigüeñas y Diario de Frankfurt, en donde la palabra poética reveló sus signos premonitorios, como ocurrió con poetas como Homero, Dante, Shakespeare, San Juan de la Cruz, Alexander Block, William Blake y Arthur Rimbaud.
En un poema titulado "Líneas a la orilla de la luna poniente", Hasim nos dice: “Recuerda a un dios herido / esta luna que con calma aparece en el agua. / Su mano a veces asusta al silencio / e invita a algunos pájaros / que duermen en países de agua. / Ah, estos pájaros, ahora inmóviles, / se mecen en el fuego de las aguas".
Y concluye: "Huellas de una guerra dolorosa / cuando caen flechas del infinito arco secreto / de este divino luminoso cuerpo, / reflejo de un mundo lejano. / De sangre, en el agua, corre el fuego...".
Durante siglos, a los poetas se les llamó vates debido a su excepcional capacidad de vaticinar. Más allá de la razón, su sensibilidad los lleva en sobrecogedora clarividencia a penetrar tiempo y espacio para anunciar sucesos a través de la sola alegoría del verbo:
Es el caso prodigioso de Dante Alighieri, quien barajó limpiamente los naipes del futuro, mientras arrojaba a los profundos infiernos a los explotadores de su tiempo y a sus enemigos personales y políticos. Hay quienes creen ver en sus tercetos las marchas de los "camisas negras" en Roma ("los Negros subirán, con los adeptos / que los halaguen y con nuevas creces / por largo tiempo, de mandar repletos") y la ejecución de Mussolini y Claretta Petacci ("vimos venir desnudos y sangrientos / dos condenados dalla sinistra costa"), pero lo más asombroso es éste en el cual revela un trágico acontecimiento septembrino con siete siglos de anticipación:
"Sabe que no son torres: son gigantes / hundidos en la fosa y esto explica / que sus bustos se yergan arrogantes" (Canto XXXI, Noveno círculo).
Y a propósito de las torres gemelas de Manhattan, destruidas en atroz acto terrorista, Federico García Lorca había vaticinado en 1929 en su libro Poeta en Nueva York:
"El mascarón, mirad el mascarón! / Qué ola de fango y luciérnaga sobre Nueva York! / (...) / Yo estaba en la terraza luchando con la luna. / Enjambres de ventanas acribillaban un muslo de la noche. / Y las brisas de largos remos / golpeaban los cenicientos cristales de Broadway. / (...) / Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos, / que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas, / que ya la Bolsa será una pirámide de musgo, / que ya vendrán lianas después de los fusiles / y muy pronto, muy pronto, muy pronto, / Ay, Wall Street!...".
No cabría en el espacio limitado de una crónica la infinidad de vaticinios señalados por los poetas y ocurridos tiempo después; sin embargo, enumero algunos: Virgilio anuncia el nacimiento de Cristo con 30 años de anticipación; Dante describe la constelación de la Cruz del Sur, cuando ésta sólo podía ser vista en América en el siglo XVI; Rimbaud presiente la “democracia imperial” así: “La bandera va por el paisaje inmundo y nuestra jerga ahoga al tambor. / En los centros fomentaremos la más cínica prostitución. Masacraremos las rebeliones lógicas. / ¡A los países sazonados y empapados! / al servicio de las más monstruosas explotaciones industriales o militares / hasta la vista aquí, no importa dónde. / Reclutas de buena voluntad, nuestra filosofía será feroz, / ignorantes para la ciencia, hábiles para el confort, / que el resto del mundo reviente. Es la verdadera senda. ¡Adelante, en marcha!”.
T.S. Eliot en La tierra baldía (1922), escribe: “¿Quién es el tercero que siempre camina a tu lado? ¿Quiénes son esas hordas encapuchadas pululando sobre planicies sin fin?... Torres que caen... ¿Irreales?... Torres invertidas había en el aire repicando campanas que ofrecían las horas y voces que cantaban desde vacías cisternas y exhaustos pozos.”.
En un poema de su libro La barcarola, escrito en 1965, Neruda predice su muerte y la tragedia de Chile en 1973, en la metáfora de una primavera "arañando el ataúd en septiembre".
El poeta colombiano Jorge Gaitán Durán al regresar a su patria en 1962, pereció al accidentarse el avión que lo traía de París. Meses atrás, había escrito en su libro Si mañana despierto: "El regreso para morir es grande...".
Y si nos atenemos al origen griego de la palabra poesía (poiesis), que significa "gran creación verbal", los novelistas también hacen parte de la categoría de los vates. Así, las novelas de Kafka están repletas de predicciones minuciosas sobre la pesadilla nazi y Hermann Hesse anticipa a principios del siglo XX que “ya está la mitad de Europa Oriental camino del caos, caminando ebria de sagrada locura”.
Por su parte, García Márquez debió sentir pánico glacial cuando a la muerte de su amigo el novelista Álvaro Cepeda Samudio en 1972, releyó el párrafo de Cien años de soledad, escrito una década antes: "Álvaro fue el primero que atendió el consejo de abandonar a Macondo... compró un pasaje eterno en un tren que nunca acababa de viajar. En las tarjetas postales que mandaba desde las estaciones intermedias, describía a gritos las imágenes instantáneas que había visto por la ventanilla del vagón, y era como ir haciendo trizas y tirando al olvido el largo poema de la fugacidad... y le hizo con los pinceles un adiós que no era de despedida sino de esperanza, porque ignoraba que estaba viendo pasar un tren sin regreso...".
No hay duda: desde el más remoto juglar hasta el más reciente poeta de este mundo, la palabra sigue reinventando el tiempo, anunciando el devenir.
*José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, 1946), poeta, novelista y periodista cultural. Su novela Las puertas del infierno (1985), fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. Su poesía se halla reunida en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).