Por Gabriel Arturo Castro*
Al lado de la necesaria y a la vez polémica presencia de los estudios de género, múltiples, incluyentes y críticos, perduran aún posturas dogmáticas que intentan parcelar el mundo, reducirlo a su más fácil expresión.
Toda división crea límites, líneas reales o imaginarias que separan realidades disímiles. Y la frontera, la diferencia biológica entre el hombre y la mujer ha sido ampliada a través de la historia, mediante las condiciones sociales, económicas, culturales y políticas de cada época. A partir de la división sexual del trabajo, lo manual y lo intelectual tuvieron diferentes destinatarios en su ejercicio. La labor de la mujer estuvo relegada al oficio doméstico, condición que le disminuyó las oportunidades para actuar y expresarse. Los roles o papeles asignados por las instituciones a la mujer van más allá de una irremediable naturaleza o de un destino aceptado, pues han sido limitaciones producidas por hechos históricos.
Aunque relegadas, es posible dar cuenta del esfuerzo que han realizado las mujeres, intentando salir del desprecio y de la discriminación que desde el mundo Antiguo las colocaron. Pero más que el hombre, la idea masculina o su visión centrípeta, el culpable de esta situación de desigualdad es el conjunto de instituciones de dominación social que poseen mecanismos de control. A los largos de los siglos esta frontera fue inviolada, sustentando la dependencia de la mujer al hombre, su imagen pasiva, su definición a la otra razón de la creación y la labor intelectual.
Sin embargo, en los últimos decenios, gracias a las cambiantes condiciones sociales, las mujeres han traspasado los límites impuestos para buscar y llegar a desempeñar roles fundamentales dentro de la sociedad.
Monserrat Roig afirma que las crisis sociales de la civilización occidental influyeron de tal modo en la tradición femenina, que ésta ya no es sólo un movimiento propiciador de igualdad entre hombres y mujeres. Al asumir la diferencia como un valor positivo, las mujeres descubren que la conciencia de la otredad (la alteridad) es colectiva, sin distingo de sexos. Rompiendo toda oposición y resistencia, la mujer se atrevió a exponer sus ilimitadas capacidades creadoras. Algunas por fortuna han diferenciado lo feminista de lo femenino. Lo feminista es la acentuada pretensión de nivelar las condiciones del hombre y la mujer a través de la emancipación de ésta. Las feministas consideran que la desigualdad no tiene un fondo o una explicación de carácter social, sino un asiento en la opresión desplegada por el hombre, por el varón. De tal modo manifiestan que la mujer debe potenciar sus características femeninas como modo de independizarse de los valores masculinos.
Lo femenino, en cambio, tiene relación con la mirada y la sensibilidad propia de la mujer, atributos que no la apartan ni la excluyen de participar al lado del hombre de las virtudes y defectos de la humanidad. El feminismo, en su versión más anacrónica y radical, considera que la opresión de la mujer está relacionada con la división propiciada por la sociedad patriarcal. Pero en su variante progresista ha permitido una notable transformación de las costumbres y valores sociales y ha conseguido notables movilizaciones políticas.
Para Elí Bartha, la visión feminista del arte, por ejemplo, ha empobrecido la creación de la mujer, porque ha postulado una sensibilidad aparte, una concepción diferente, otra imaginería, hasta un estilo artístico de la mujer: “Aquí lo feminista es otra forma de alienación del ser humano, pues coarta su libertad y en últimas acepta su desigualdad”. El “arte” feminista, como toda parcela reductora de la creación (el arte negro, el arte popular, el arte regional, el arte gay, el arte indígena…) no adquiere un nivel de universalidad que trascienda el pulso local y lo eleve a una auténtica expresión, donde todos los hombres compartan su experiencia generadora.
Sin negar que exista una serie de aptitudes determinadas por la diferencia de sexos (no de género), es viable afirmar que hay otras capacidades que hombres y mujeres comparten. No se trata de oponer al hombre y la mujer, pues caeremos en una discusión discordante en el tiempo e inútil. Todo lo contrario, se ha de intentar el del derrumbamiento de la frontera artificial entre ambos, porque la liberación de la mujer es también la del hombre, situada dentro de una tarea más extensa, la del ser humano, por su libertad creadora y social.
*Poeta y ensayista colombiano