Voces de la poesía moderna colombiana

Por Camilo Arguello


 “No puede haber lectores malos de poesía. Creo que el público que accede a la poesía, a ese mundo poético, es un público selecto, cautivo; la poesía es un vicio porque siempre se vuelve a los mismos poemas, a los mismos autores”: Jorge Cadavid

 “Creo que ‘Oda a John Wayne’ debería leerse como una historia personal, como un diario. A los lectores que les gustan los diarios, a ellos, de pronto va dirigido este poema”: Óscar Torres Duque 

“Espero haber renunciado a la retórica barroca con la que empecé hace muchos años, pues no siempre se consigue renunciar a toda esa hojarasca verbal”: Juan Felipe Robledo

Para medir una parte de la significación de Colombia como creadora artística de poesía contemporánea en el siglo XXI, bastaría con mencionar al bogotano Óscar Torres Duque, al nortesantanderiano Jorge Cadavid y al antioqueño Juan Felipe Robledo, escritores que con estilos diferentes, pero con el idioma en común de la poesía, relanzan una “trilogía”, una colección poética, dentro del marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
Y la idea, publicada por la editorial de la Universidad Javeriana, ha resultado para algunos tan oportuna como plausible. Oportuna porque busca rescatar una tradición del buen gusto por la poesía, al borde de su pérdida definitiva, y plausible no sólo por eso, sino por el aire regional que consigue la feria convirtiéndose en un excelente espacio para admirar los frutos de nuestros campos prodigiosos. 
Jorge Cadavid, nacido en Pamplona, Norte de Santander, ha publicado siete libros, entre ellos “La nada”, “Diario del entomólogo” y “Herbarium”. Juan Felipe Robledo nació en Medellín, Antioquia, ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines  (México), el Premio Nacional de Poesía en 2002 por “La música de las horas”, y el bogotano Óscar Torres escribió “Otro” y el “Manual de cultura general”, entre otros textos de poesía y ensayo. 

“MI POESÍA ES AMIGA DEL SILENCIO”: JORGE CADAVID
Los días de Jorge Cadavid parecen tener el mismo ajetreo de la ciudad. Cualquiera atribuiría a sus compromisos literarios y pedagógicos, la impresión que deja su rápido andar de accionista neoyorkino. Y sin embargo, el mismo Cadavid hace dudosa la escena al llegar al salón silencioso donde habló de su más reciente libro, “Heráclito inasible”, el primero de esta colección. 
Tal parece que se siente familiarizado con el silencio en el salón. Ahora la rutina ha cambiado. Ahora se toma todos los descansos que parece se roba a sí mismo. Ahora parece dispuesto a disfrutar unos pocos minutos. Ni un ruido llega desde la calle. Tal vez por eso prefiere escribir en las mañanas, cuando se siente más fresco y lúcido, rodeado de libros.  Es entonces cuando entra en calor para escribir cosas que de alguna forma ha rescrito antes, apuntes, sus armas antes de la batalla con la temerosa página en blanco.
Y es que Cadavid teme sentirse improductivo y, por eso, “siempre estoy cogiendo fragmentos de muchos lados, collage, pastiches, tratando de unir pensamientos de filósofos, de literatos, de poetas, de científicos, de botánicos, de entomólogos”.
Es de esta forma que el poeta Cadavid armó la rutina con la que edificó la poesía blanca, pensada, de su último libro, muy emparentada con Stéphane Mallarmé; es una poesía del silencio, la soledad y la pureza.“‘Heráclito Inasible’ son versos sencillos que preguntan, que interrogan, es una poesía desnuda, despojada, que tiende al silencio, que para mí es Dios que está en todas partes y es blanco, transparente”. 
Las imágenes de “Heráclito inasible” “son poemas que cada vez que usted los lee dan la impresión de que son otros, cambia la manera de ver el mundo, es decir que cada vez que usted lee estos poemas ya no son los mismos, son otros porque están circulando y cambian de sentido”. 
Son 79 poemas compuestos por un verso corto que “estalla en el rostro del lector, porque es una poesía amiga del silencio, de los lectores iniciados y cultos, estudiosos, metidos con la filosofía, la mística, la literatura, la poesía pura. Creo que este público es el más fiel”. 
Según su autor, la poesía de “Heráclito Inasible” “es un ejercicio que yo considero perfecto porque usted no me debe leer, me debe releer. Yo le planteo unos espacios al lector y él tiene que llenarlos, yo le plateo un fragmento y él debe completarlo”. 
De hecho, Cadavid le apuesta a todo tipo de lectores amantes de la poesía, sin importar cuánto tiempo lleven con ella: “No puede haber lectores malos de poesía. Creo que el público que accede a la poesía, a ese mundo poético, es un público selecto, cautivo; la poesía es un vicio porque siempre se vuelve a los mismos poemas, a los mismos autores”

UNA IRONÍA LLAMADA JOHN WAYNE: OSCAR TORRES 
El John Wayne de Óscar Torres es la antítesis del John Wayne rudo y masculino de Hollywood, cuyo nombre de pila fue Marion Mitchell Morrison. Lo único que ambos tuvieron en común fue la simpatía que la madre del primero sentía por el segundo, además de nacer bajo el mismo cielo de Iowa, un estado en el centro-oeste de los Estados Unidos.
El primer encuentro de Torres con el John enigmático, homosexual, que vivía solo en un tráiler y que no se amargaba por su nombre, más bien le daba risa, fue fruto del puro azar: una beca que ganó el poeta en la Universidad de Iowa, ser “vecino mío y encontrármelo en las paradas del bus”. 
“A mi me impactó mucho que este John Wayne, cuyo apellido no lo recuerdo pero que le pusieron así porque era el ídolo de su madre y de muchos en Iowa, no era el americano típico y tenía una historia totalmente diferente a la de aquella estrella de Hollywood”.
Y esa vida, o por lo menos la que le quiso contar John antes de su suicidio, es la narrada en “Oda John Wayne (Historia personal de los Estados Unidos)”, a un poema extenso de 67 páginas en las que evoca la cotidianidad con un estilo poco visto entre los poetas colombianos y con la que rompió con cuatro años de silencio literario.
“Algunos dicen que es un diario personal, mío, y que yo usaba a John como un pretexto. Creo que pueden tener razón y que el libro debería leerse como una historia personal, como un diario. A los lectores que les gustan los diarios, a ellos, de pronto va dirigido este poema”. 
Sin embargo, hay un enigma en la “Oda a John Wayne” y es cómo un extranjero en Estados Unidos descubre la faceta de extranjero de un ciudadano estadounidense en su país. Además, “esa ironía de llamarse como el popular John Wayne y de ser todo su opuesto: tener problemas de drogadicción, ser homosexual y sufrir todas las consecuencias de su marginalidad, eso lo convierte en un personaje invaluable para todo tipo de literatura”.
Lo cierto para Óscar Torres es que el John de su oda “era una persona de una simpatía increíble con quien tuve un gran intercambio lingüístico: él me hablaba en español y yo en inglés, así conocí muchas cosas de la persona de carne y hueso, a pesar de que no tuvimos una relación profunda”.

“ESPERO HABER RENUNCIADO A LA HOJARASCA VERBAL”: JUAN FELIPE ROBLEDO
Juan Felipe Robledo habla con una voz suave y para nada aburrida. Sus modales permiten que la conversación sea amable. Su actitud tiene una cordialidad que lo gana a uno de inmediato. Es amable y demuestra buena actitud ante cualquier nuevo conocido al verse amistoso y lleno de curiosidad. Podría ser engañado por cualquier cosa, y, en realidad, parece más dispuesto a dejarse engañar, más valdría no hacer el intento.
 Robledo espera “haber renunciado a la retórica barroca con la que empecé hace muchos años, pues no siempre se consigue renunciar a toda esa hojarasca verbal. En ‘El don de la renuncia’ fui desprendiéndome de un lenguaje distante, frio, enciclopédico que enmarcada algunos de mis poemas iniciales”. 
A los 20 y pico empezó a escribir poesía sin presumir todavía de que ya fuera un poeta consagrado como ahora. De hecho, sólo hasta los 31 años empezó una vida pública de escritor. Hoy, pasada ya la cumbre de los 40 años, en sus ojos aún brilla la añoranza de aquellos días maravillosos en la Costa, en el solar de su infancia, un sitio magnífico lleno de animales, de árboles de mango, del mundo de García Márquez, de las lecturas nocturnas que su madre le hacía y con las que se hizo poeta.
“Es difícil hablar sobre lo propio, pero ‘El don de la renuncia’ es un libro que recupera algunos textos escritos hace años y los vuelve a trabajar. Mezcla una visión que no compartiría del todo en la actualidad sobre la manera de escribir poemas y mi nueva visión. Son dos mundos viviendo en el mismo lugar. Es una convivencia de dos principios estéticos”.