Augusto Rendón |
El artista invisible
Por Gonzalo Márquez Cristo
Augusto Rendón nació en Medellín, Colombia, el 2 de febrero de 1933. Especializado en pintura mural y grabado en la Academia de Bellas Artes (Florencia - Italia), fue profesor de plástica de la Universidad Nacional de Colombia. Su obra ha participado en diversas exposiciones entre las que sobresalen: la Muestra de Artistas Latinoamericanos en Roma (1958), la Exposición Internacional de Grabado en Frenchen (Alemania, 1972) y la Bienal de Tokio (1962). Obtuvo dos veces el Primer Premio de Grabado en el Salón de Artistas Nacionales (Bogotá, 1963 y 1966), y el Premio Internacional de Arte sobre los Derechos Humanos (1968). El Ministerio de Cultura le rendirá un homenaje por su vida y obra el próximo 15 de septiembre en el Claustro de San Agustín. A continuación el legado reflexivo de su arte vital.
—Estoy muy conmovido, me ocurrió algo fatídico, sin embargo creo que fue Cioran quien dijo: “Si la muerte no fuese una solución ya le habrían encontrado el remedio”, pensamiento justo y luminoso —afirma Augusto Rendón ingresando a su sala en una túnica blanca y sandalias, y abriendo una botella de whisky sin preámbulos innecesarios.
—No comprendo su desolación, pero así se comienza un reportaje verdadero, no se imagina cuántas veces he perdido el tiempo con pintorzuelos que pretenden conversar durante horas al ritmo adocenado del agua.
Rendón sonríe y se sienta en una mecedora señalando el horizonte de una tormenta que se avecina.
—Me ocurrió algo muy doloroso la semana pasada: mi perra dálmata Urania, murió luego de leer mi mente durante una década y media. Ahora me encuentro a merced de los seres humanos… Realicé el ritual del adiós pues tengo un gran respeto por el fin, estado profundamente necesario, y hasta ahora estoy sobreponiéndome. Las religiones se sirven de la arrogancia del hombre y comercian con sus ansias de inmortalidad, pero por suerte somos perecederos. La muerte es benéfica, no podemos olvidarlo. El cristianismo y todos los credos monoteístas son catastróficos. Es curioso pensar que los paganos, eran en la antigüedad los campesinos, aquellos ingenuos seres que en los bosques (los pagus) o fuera de las aldeas, no habían sido catequizados y seguían adorando libremente a sus dioses totémicos….
—Al contemplar su obra es notorio el interés por los temas bíblicos, y lo que es paradójico, por el ateísmo. Son numerosas las figuras religiosas que lo han trastornado…
—La Biblia, es el libro de los despropósitos. En el Antiguo testamento ocurren más injusticias por página que en un noticiero televisivo de un país tan ultrajante como Colombia. Pensemos en el pobre Job a quien una divinidad perversa somete a sus caprichos, arrebatándole lo que más ama tan sólo para probarlo. Y recordemos a Lot, quien canjea sus hijas por dos desconocidos que hospeda en su casa y que pretenden ser violados por la turba colérica de Sodoma… Son múltiples los ejemplos…
—¿Le debemos algo benéfico a las religiones?
—Desde luego, el gran arte religioso que nos enseñó el cuerpo de los ángeles, esas figuras perturbadoras carentes de sexo que imponen una de las formas más extrañas de la feminidad.
En la pared central de la sala una excitante Cleopatra pintada al acrílico cena con Rendón sin advertir la presencia de una cobra que vigila en un cesto.
—El arte desde la época de las cavernas hace soñar. Ese es su objetivo primordial, gracias a él he podido compartir con Cleopatra, con Judith y Salomé, y con algunos especímenes femeninos bellos y atemorizantes.
Levantamos los vasos para brindar.
—Sé que su acercamiento al arte partió de la contemplación de algunas imágenes religiosas…
—En especial la Magdalena penitente de Tiziano. La primera versión fechada en 1533, que hoy se encuentra en el Palacio Pitti, es de una fuerza erótica ejemplar. Yo tenía ocho años cuando espiaba por una ventana la casa vecina tan sólo para ver una reproducción de esa imagen extática con los senos al descubierto, entre su larga y ondulada cabellera...
—¿Cree que el erotismo requiere de una prohibición para nacer, que es el salto sobre el interdicto?
—Sí, el erotismo es otra de las pocas dádivas de las religiones, la más fascinante. Es la fuerza que transgrede un dogma. He pintado a la bella y casta Susana bañándose, que en el Libro de Daniel es perseguida por unos viejos sórdidos, quienes primero la contemplan en su ceremonia acuática y luego la condenan a muerte por no aceptar sus propuestas. Es una de las situaciones más obsesionantes del arte pues ha sido recreada por Rembrandt, Rubens, Gentileschi, Van Dick, Tintoretto, Altdorfer, Guercino, El Veronés…
—¿Y Judith y Holofernes?
—He pintado a esta pareja desdichada varias veces. Es un episodio inverosímil como tantos del Antiguo testamento, pues no puedo creer que una mujer judía pudiera entrar tan fácilmente a la tienda del poderoso general asirio para decapitarlo. Algo se insinúa entre ellos, fue entonces otro gran amor decapitado.
Augusto Rendón: “Judith y Holofernes” |
El vendaval azotaba un edificio vecino en construcción. Un remolino de polvo ascendía temerario. Nos acercamos a la ventana para contemplar el poder circular del viento que levantaba hojas y papeles, y hacía temblar los cristales. La tempestad era atronadora. El oro del whisky atemperaba nuestro ánimo.
—Cuando estudió en Italia pudo recorrer ese país… Para los cultores del arte, Pompeya, la licenciosa ciudad romana sepultada por la erupción del Vesubio en el año 79, que sorprendió a los habitantes en su cotidianeidad, en su intimismo, convirtiéndolos en esculturas de piedra, es una de las ciudades sagradas del erotismo…
—El artista es ante todo un voyeur. La Villa de los Misterios de Pompeya marcó mi vida sexual y de alguna manera mi expresión artística. Sus frescos son magníficos. Los ritos cruentos en homenaje a Venus, el sadomasoquismo, los seres humanos esculpidos por el fuego, son indescriptibles. Esa ciudad, que alguna vez estuvo tan viva como pocas, fue destruida en segundos y aún conserva la fuerza de su erotismo, el vigor de la fascinante danza del amor y la muerte. Era un pueblo vibrante. Allá nadie estaba solo, o tal vez únicamente Plinio El Joven, quien por eso abandonó ese lugar febril y pudo salvarse para narrar la crónica de esa erupción colosal. El rojo y el amarillo de esas pinturas no he podido olvidarlos jamás. Al caminar por sus ruinas me quedó la sensación de que la esencia del hombre no ha cambiado, que sus búsquedas sexuales y estéticas son casi idénticas, y que los cambios o progresos se dan tan solo en el terreno formal, nunca en su interior...
—¿Hay algún pintor del universo erótico que le sea imprescindible?
—Varios… Tiziano pintó a Dánae y la Venus de Urbino, Modigliani otras provocadoras obras maestras, Durero su Adán y Eva, Caravaggio a Judith y Holofernes… En la recreación de los episodios mitológicos y religiosos es donde el erotismo reina en todo su esplendor.
Los relámpagos marcaban nuestros rostros. Por la ventana la ciudad comenzaba a encender sus luces. Rendón se levantó para servir un nuevo trago, luego señaló una avenida que se extendía hacia el occidente en forma de Árbol de Navidad.
—Y, retomando el tema bíblico, ¿ha pintado a Jesús…?
—En tres ocasiones y con algo de ironía. Una vez lo dibujé bebiendo Coca Cola. En otra ocasión lo plasmé con taparrabo, también tengo una versión donde aparece con un brazo desprendido de la cruz. No comprendo cómo una religión puede ser tan cruel para postular que la redención está en el sufrimiento...
—El diablo también es una imagen de gran poder en el arte…
—Este personaje simpático y pintoresco ha despertado la imaginación de extraordinarios creadores. Es una figura omnipresente en nuestra vida pues nos inculcan su imagen terrorífica desde la niñez. Le debemos a Luca Signorelli una de sus representaciones más exquisitas, también El Bosco se aproximó a su figura perturbadora. El fascinante Macho cabrío de Goya es insuperable… No le perdono al cristianismo el haber usurpado la imagen de los faunos, o la del dios Pan, hermosa figura de la fertilidad y de la fiesta, para convertirlo en ese ser aciago productor del mal.
—Goya anima su pintura. La carga de los mamelucos y Los fusilamientos de la Moncloa lo sitúan como uno de los precursores del Expresionismo, territorio sensible que usted habita; además la serie de grabados Los desastres de la guerra es una referencia imprescindible de su arte…
—Sí, Goya, el visionario. Las catorce obras que han sido nombradas como sus pinturas negras son de una poesía desgarradora... Cuando regresé de Florencia donde estudié durante la década del sesenta pintura mural y grabado, me vinculé a la escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional, y lo primero que hice fue reparar una prensa que estaba hibernando y comencé a plasmar bajo la técnica del aguafuerte y la punta seca, toda mi imaginería de seres asediados por la violencia, y sin duda Francisco de Goya, me dictó algunas de mis pesadillas gráficas.
—Podría decirse que resucitó el grabado en nuestro país, ¿aún lo ejercita?
—Sin la misma disciplina que antes, aunque en este momento trabajo poco el aguafuerte pero bastante el linóleo. Recuerdo con hilaridad que una vez nos invitaron, a Umberto Giangrandi y a mí, a un programa televisivo, porque querían rendirle tributo a los oficios de la aguja, y como nosotros trabajamos con esa herramienta para realizar los grabados, fuimos exhibidos allí como unas dulces costureras, ¿quién podrá creerlo?
—Durante la década del sesenta la violencia encontró su expresión pictórica en Colombia, sin duda por un sentido político que se vinculaba por entonces a todas las manifestaciones humanas…
—Durante esos años advertimos que el país se convulsionaba, se desangraba. Nuestra aventura estaba en realizar obras que contaran la realidad aciaga con un gran sentido estético, pero la motivación era testimoniar la injusticia. Goya no quería hacer un cuadro bonito al pintar Los fusilamientos sino denunciar el genocidio de las tropas francesas durante la toma de Madrid... A manera explicativa recuerdo que cuando Picasso pintó el Guernica, cenit del sentido político que puede alcanzar una obra de arte, un nazi le preguntó: “¿De manera que usted hizo esto?”; a lo que el genio andaluz le respondió: “Yo no, ustedes hicieron esto”.
Interrumpimos el diálogo para escanciar la bebida dorada. Rendón habló de esa metáfora que une al agua con el sol en el whisky, del maridaje con el fuego. “El color de la tormenta, ese es el que me gustaría hallar muchas veces”, dice atribulado. El viento se mostraba amenazante. Nos acomodamos para mirar hacia el horizonte convulso.
—Cree que algunas veces la violencia es una manifestación erótica…
—Sí, en lo que atañe a Sade o Sacher Masoch e incluso en las posibilidades contemplativas del arte. Pero cuando se trata de una avanzada política o militar, cuando los más indefensos se vuelven un objetivo de castas tiránicas, allí la posibilidad sensual o erótica se me escapa. Con Alejandro Obregón y otros artistas que trabajábamos este tema en forma sistemática, realizamos hace cuarenta años una exposición en Puerto Rico denominada Testimonios. Y allá, en esa pacífica isla tropical la muestra tuvo gran repercusión, pero en Colombia, cuna de aquellos improperios que describíamos en nuestra pintura, los medios se negaron a registrar la exhibición por considerarla subversiva.
—Como vigía de esa época de sustanciales cambios ¿cree que Obregón orquestó una fractura sin precedentes en el arte realizado en Colombia?
—Él inauguró la pintura colombiana; habíamos tenido buenos artistas pero que trabajaban con formas del pasado; en otras palabras: sólo habíamos tenido traductores del arte universal, pero nada verdaderamente nuestro… Claro que él venía de la estética de Antoni Clavé, porque uno siempre tiene un padre… Hasta Picasso tenía un progenitor…
—O varios… aunque Cézanne y Van Gogh sea los más referenciados...
—Bueno, Picasso asaltó todo… Él decía que “el artista es un coleccionista pobre”, porque debe pintar lo que no puede tener. Ahora me pregunto si quería tener la Monalisa cuyo homenaje cubista es tan inquietante y si deseaba tener en su casa la Maja desnuda de mi querido Goya cuya versión picassiana es tan desafortunada, tan vacía, tan carente de sensualidad.
—Hay uno o varios matices que se ensañan con los pintores. Van Gogh, dijo: “Yo lo único que he hecho es buscar el azul” y tal vez por eso encontró el amarillo, el color antinómico…
—De hecho hay unos colores que me deslumbran: el azul cerúleo y los verdes tierra... Admiré en 1990, en el centenario de la muerte de Van Gogh una completa retrospectiva que se realizó en Holanda. Allí volví a ver su color demencial y sus extraordinarios dibujos, en los cuales no me había extasiado antes, escondidos por el magnífico poderío de su color. Van Gogh es tan armónico como atormentado y pintó casi mil cuadros en diez años. Cuervos sobre el trigal es del año de su muerte. Pero nos queda el interrogante sustancial, pues si para ser buen pintor tenemos que sufrir tanto preferiría ser buen tendero.
—En la Carta 418 Van Gogh responde lúcidamente así a una crítica que le transmite Theo: “Dile a Serret que encuentro las figuras de Miguel Ángel admirables, aunque las piernas sean demasiado largas, los muslos y las caderas demasiado anchos. Dile que a mis ojos Millet y Lhermitte son verdaderos artistas, porque ellos no pintan las cosas como son, de acuerdo con un análisis somero y seco, sino como ellos, lo sienten…”
—Es un pensamiento irrebatible… Miguel Ángel no era buen pintor siendo el mejor dibujante, y así como era un escultor inalcanzable debemos aclarar que deformaba la anatomía, que pintaba a las mujeres con musculatura masculina, que sin duda las caderas de sus mancebos son muy anchas como dice Van Gogh, y que si observamos esa obra maestra llamada La noche, cuya imagen tengo pegada en la puerta de mi estudio, notaremos que provocaba errores que fortalecían su arte. Allí viola la norma anatómica de que en una pierna doblada el talón debe dar en los glúteos. Debemos pensar que este artista grandioso hacía a propósito estas distorsiones, porque sabía que el arte no debe representar la realidad sino inventarla.
—Recuerdo la frase categórica de El Greco: “Miguel Ángel era un hombre digno, lástima que fuera tan mal pintor”, que fundamenta la división de aguas del dibujo y la pintura. El Greco visitó la Capilla Sixtina a su regreso de Venecia, lugar donde comenzó el color a separarse del dibujo…
—Es cierto, ser pintor consiste en ser colorista y eso se aprendió en Venecia, décadas después de la explosión universal del arte que accionaron los florentinos. En otras palabras: los venecianos inventaron el color.
—¿Conoce la Capilla Sixtina después de la restauración?
—Produce una sensación contradictoria: es sublime e imperfecta. Cuando uno se para allí es inevitable pensar que Miguel Ángel inventó el comic.
—Y también la escultura de la contemporaneidad, sus cuatro Prisioneros se anticiparon algunos siglos…
—Esas piezas maestras que menciona me obligan a evocar una anécdota… En una ocasión con un pintor venezolano, mientras visitábamos la Galería de la Academia en Florencia, después de asombrarnos como siempre ocurre, por más veces que uno la visite, con el David de Miguel Ángel, contemplamos los Prisioneros, esas figuras tan polémicas por su condición inconclusa. Es de anotar que durante tres siglos se creyó que el artista no las había terminado por alguna contingencia, pero sólo en el siglo XX se comprendió que el genio las había dejado así, al descubrir que lo inconcluso tenía un atributo estético. Bueno, aquella vez habíamos bebido unos vinos y amparados en una euforia inolvidable le pedimos al guardia que nos llamara al director de la Galería, pues éramos artistas latinoamericanos y le teníamos una propuesta de gran importancia. Cuando apareció el adusto personaje le referimos nuestros estudios artísticos y pasamos a decirle con la mayor seriedad que nosotros, podíamos culminar esas obras que Buonarroti afrentosamente había dejado inconclusas, y que aún más, no cobraríamos nada, que todo lo haríamos por altruismo, pues nos parecía que un museo de esas características no debía tener piezas en ese estado tan lamentable… El tipo dio un paso hacia atrás alarmado, y después de superar el estupor, llamó a los guardias para que nos sacaran inmediatamente del recinto. La seguridad en pleno nos expulsó. Y nosotros, sin reírnos, abandonamos el lugar hablando de la incompetencia del director, y repitiendo estentóreamente en italiano: Eso nos pasa por filántropos, pero a quién se le ocurre exponer unas esculturas inconclusas en un museo de tanto prestigio…
El whisky giraba en el sentido estricto de las manecillas del reloj. Alarmados notamos que el hielo se acababa. Servimos los últimos “peces transparentes” como Rendón los denominó y nos levantamos con destino a la sala contigua donde el artista había preparado una exposición privada de su obra, y allí, arrodillados, fuimos admirando decenas de telas que yacían en el piso.
—¿No le parece que el siglo XX fundamentó la impostura en el arte y que tal vez sea necesario regresar al dibujo, a esa elemental técnica donde no es posible mentir?
—Sería consecuente hacerlo. El artista debe aprender lo básico antes de inventar artilugios. Es notorio que el lugar de la pintura y la escultura (dos artes adosadas al espacio), ha sido sustituido por el performance y el happening (dos expresiones esclavas del tiempo). También es evidente que sus cultivadores han especulado hasta la desesperación. El arte conceptual se basa en simples instantes ingeniosos pero eso no debe ser suficiente. Los artistas que comienzan, lo sé por mi prolongada experiencia pedagógica, se sienten como un corcho en un remolino y no saben que el arte no puede estar de moda porque entonces en pocos años tendríamos que buscarlo en el desván del olvido. Marcel Duchamp cuando hacía sus ready made jamás imaginó que dejaría una herencia tan vacía. Mi arte y el de mis compañeros de generación parece acorralado, y son pocos los canales que tenemos para divulgarlo. Excelentes artistas como Ángel Loochkartt, Carlos Granada, Leonel Góngora y Antonio Samudio, que me ejercitaron tanto en la vigilia, no alcanzan el espacio que se merecen ante la ceguera mediática. Las escasas galerías que todavía existen están dedicadas a lo decorativo, los salones nacionales optaron por lo conceptual. Yo por ahora, y mientras sigo incrédulo en la distancia las tendencias actuales, sólo puedo manifestar que estoy dedicado al Jurasik Art.
Augusto Rendón: “Sueño del artista invisible” |
Rendón movía sin fatiga obras en ese escenario improvisado del piso y fueron habitando mis retinas: óleos de centauros y lascivos personajes bíblicos, mujeres despojándose ritualmente de su ropa interior y parejas comiendo uvas bajo la hoz de la luna, representaciones de masacres acaecidas en Colombia, grabados de caballos enfurecidos y esqueletos trenzados en una lucha más allá de la muerte, hasta que el artista se detuvo en un cuadro violeta de formato medio y separándolo de los otros dijo con voz trémula:
—Esta obra parece fruto de la hechicería. Al terminarla la cubrí con un barniz opaco y cual sería mi sorpresa al día siguiente cuando advertí que la imagen había desaparecido por completo. Trastornado por ese efecto extraño acudí a mi alquimia personal para retirarle el barniz y minutos después de pasarle la sustancia por la superficie la imagen retornó felizmente, sin embargo al secarse, de nuevo se esfumó. Con unos amigos incrédulos repetimos el truco ante una cámara de video y allí el milagro volvió a producirse, pero después de varias veces de repetir mi ceremonia la imagen regresó para quedarse, o eso creo; no obstante en ocasiones me produce cierto temor contemplarla, y aunque no soy supersticioso he pensado que un artista fantasmagórico borra a altas horas de la noche todo lo que yo hago...
—En Utopía de un hombre que está cansado de Borges —le comento—, el protagonista viaja al futuro donde un pintor le obsequia un cuadro, pero al retornar al presente observa que la imagen ha desaparecido y afirma en forma culminante: “En mi escritorio de la calle México guardo la tela que alguien pintará, dentro de miles de años, con materiales hoy dispersos en el planeta”.
Quedamos en silencio por unos segundos ante la sentencia borgeana. Notamos que la entrevista llegaba a su fin. Antes de despedirme, y sin poder evitarlo, adquirí el óleo y lo dejé expuesto en mi sala al acecho de la magia. Sobra decir que durante la noche me levanté con sigilo varias veces para sorprender al invisible visitante que acostumbra a regresar para borrarla. Aún puedo apreciar la imagen misteriosa en su totalidad, aunque algunos puntos blancos en la esquina superior comienzan a llenarme de espanto.