Francisco de Quevedo y Villegas


Para conmemorar los 365 años de la muerte de este coloso español (Madrid, 14 de septiembre de 1545 – Villanueva de los Infantes, 8 de septiembre de 1580), que además de ser uno de los poetas más abisales de todos los tiempos fue un sátiro consumado, nuestro periódico publica una de sus divertidas reflexiones sobre la indigencia de la lengua española, aquella donde el papel siempre es más importante que la razón.

Donde se leen juntas las vulgaridades rústicas, que aún duran en nuestra habla,
barridas de la conversación.
A Don Alonso Messía de Leyva

La habla que llamamos castellana, y romance, tiene por dueños todas las naciones, los árabes, los hebreos, los griegos. Los romanos naturalizaron con la victoria tantas voces en nuestro idioma, que le sucede lo que a la capa del pobre, que son tantos los remiendos, que su principio se equivoca con ellos.
En el origen della han hablado algunos linajudos de vocablos, que desentierran los huesos a las voces; cosa más entretenida, que demostrada; y dicen, que averiguan lo que inventan.
También se ha hecho tesoro de la lengua española, donde el papel es más que la razón; obra grande, y de erudición desaliñada.
Ninguno ha escrito gramática, y hablamos la costumbre, no la verdad, con solecismos, el alma decimos: y supuesto que el alma bueno, no se puede decir; el que es artículo masculino, ha de ser la, y pronunciar la alma.
No quiero nada, peca en lo de las dos negaciones, y debe decirse: Quiero nada. Bien considerable es el entremetimiento desta palabra, mente, que se anda enfadando las cláusulas, y paseándose por las voces, eternamente, ricamente, gloriosamente, altamente, santamente, y esta porfía sin fin. ¿Hay necedad tan repetida de todos igualmente, cosa, que algún lector se me quiera excusar de no haberla dicho? Malhablado llaman al que habla mal, habiéndole de llamar, mal hablador.
Mire lo que le digo, decimos todos, por óigame; pues no se parecen los ojos, y las orejas. Aqueste, por este; agora, por ahora: son infinitas las voces, que pudiendo escoger, usamos lo peor. ¿Hay cosa como ver a un graduado, con más barbas, que textos, decir enfurecido: Voto a Dios, que se lo dije de pe a pa? ¿Qué es pe a pa, licenciado? Y para enmendarlo, dice, que se está erre a erre todo el día. ¿Qué será, no dar a uno una sed de agua, que tan frecuente se oye en las quejas de los amigos, y de los criados? Y hacer bailar el agua delante, ¿es a propósito?
Encarece uno su verdad, y dice: Yo le dije dos por tres. Y decir dos por tres; ¿quién negará, que no es decir una cosa por otra? Había de decir: Yo le dije dos por dos. ¡Pues uno, que encareciendo su diligencia, dice, que vino en un santiamén!, deben de tener los santiamenes gran paso. ¿Y los que para encarecer su prudencia, dicen, que lo escogieron a moco de candil? ¡Miren qué juicio tendrá un moco de candil, para escoger!
Un enojado, que dice a otro, que le trae sobre el ojo, es, con perdón, llamarle nalgas. Que para decir que le atiende, lo propio era traer los ojos sobre él. Y el blasón tan presumido de tener sangre en el ojo, más denota almorranas, que honra. Y pierdo doblado, si lo juzgan los pujos; hablen cartas, y callen barbas, sin haber quien haya oído decir a las barbas, esta boca es mía, aun cuando las caldean, y las rapan; ¡qué de hombres se hacen mojigatos, y nadie sabe qué son estos gatos moji!
Verse, y desearse, no pasó de Narciso. Poner pies en pared, no sirve de nada, y yo lo he probado, viéndome en trabajos, ¡como oía decir: no hay sino poner pies en pared!, y sólo sirve de trepar, o dar de cogote. Andar la barba sobre el hombro, quien lo tuviere por buen consejo, lo pruebe, y andará hecho corderito de Agnus Dei. Diome un remoquete, es dádiva de catarro.
Llevar la soga arrastrando, dicen que es la mayor desdicha. Yo he llevado arrastrando sogas, y hallo que es peor que la soga, lleve arrastrando al hombre. Para decir, que uno es muy malo, dicen, que ni teme, ni debe, ¿puede ser mayor necedad? ¿Pues sólo es bueno el que ni teme, ni debe? Habían de decir: que ni teme, ni paga. Y esto pregúntenselo a los mercaderes, y a todos los que fían. No me lo harán creer cuantos aran, y cavan. ¡Considere vuesa merced, qué letrados, o teólogos, buscó, sino gañanes! ¿Vuesa merced ha visto algún bazo cagado? Que yo no sé por dónde entran a proveerse en un bazo. ¿Hay cosa tan mortal como zas? Más han muerto de zas, que de otra enfermedad. No se cuenta pendencia, que no digan: y llega, y zas, pistas, y cayó luego.
No es el mundo tan grande como tris. Todo está en un tris. Y no hay dos trises. Estaban en un tris. Estuvo toda la ciudad en un tris. Todo el reino estuvo en un tris. ¿Y espantaranse de que la Fénix sea una, siendo el tris uno siempre?
¿Y aquellos majaderos músicos, que se van cantando las tres ánades madre, que no cantarán las dos, si los queman, ni la cuarta?
Considere vuesa merced el buen talle destas voces, que se nos hacen reacias en la lengua, y no las podemos escupir: Zurriburri, a cada triquete, traque barraque, zis, zas, zipizape, a barrisco, irse a chitos, chichota, con sus once de oveja, trochemoche, y cochite hervite.
Es decir, que no tienen desvergüenza para deslizarse en una historia, y entremeterse en un Sermón; y están ya tan halladas, que pocas plumas las desdeñan.
Y para ver a cuál mendiguez está reducida la lengua Española: considere vuesa merced que si Dios, por su infinita misericordia no nos hubiera dado estas dos voces; ahora bien, nadie se pudiera ir, ni se despidiera de una conversación. Todos dicen: Ahora bien, ya es hora. Ahora bien, ya es tarde. Ahora bien, ya vuesas mercedes querrán cenar. Y hay hombre, que por no acordarse dellas, se detiene, hasta que enfada, y mata; y en topando con su ahora bien, se va.
Yo, por no andar rascando mi lenguaje todo el día, he querido espulgarle de una vez en esta jornada, donde yo sólo no tengo que hacer. Y en este cuento he sacado a la vergüenza todo el asco de nuestra conversación; que si no tuviere donaire, ni mereciere alabanza no carece de estimación el trabajo, en recoger tan extraños desatinos. Ahora va este papel haciendo lugar a obra más de veras, en que trataré (ni sé si tan docto como desvergonzado) que ni sabemos deletrear nuestra cartilla, ni razonar con la pluma. En tanto vuesa merced, que hace buena acogida a mis borrones, se divierta, y tenga larga vida, con buena salud.

Monzón 17 de Marzo de 1626. Don Francisco de Quevedo Villegas