Literatura extraliteraria


Por José Luis Díaz-Granados*
A veces nos sorprendemos cuando descubrimos que algunos de nuestros escritores predilectos han sido (o son) oficiantes o profesionales de algo que nada tiene que ver con la literatura. Por ejemplo, cuando nos enteramos que Wallace Stevens, el admirado autor de El hombre de la guitarra triste y Las auroras de otoño, era vicepresidente de una compañía de seguros; que William Carlos Williams era médico pediatra, que Juan Benet era ingeniero de caminos, canales y puertos, o que Jaime Gil de Biedma era exportador de tabaco en Filipinas, para no hablar de Rimbaud, contrabandista de armas en África o de Francois Villon, ladrón, salteador de caminos y bandolero.
Pero aún más sorprendente resulta encontrarse con libros, folletos o páginas dispersas, cuyos temas en nada se acercan al arte literario y que sin embargo han sido producidos por escritores reconocidos. Es el caso de Daniel Defoe (1661-1731), el célebre autor de Robinson Crusoe, hombre multifacético que negoció con licores, tabacos, tejidos, ostras, pipas y rapé, que fue inversionista en barcos mercantes, administrador del sistema monetario inglés y agente secreto de la Corona. Publicó trescientos libros, de los cuales escasamente recordamos, además del ya citado, a Moll Flanders y El diario del año de la peste; pero entre los doscientos noventa y siete restantes, encontramos uno que trata sobre la emancipación de la mujer, otro sobre la construcción de unos caminos y otro contra las leyes británicas, “Leyes-telarañas que atrapan a las moscas pequeñas y dejan pasar a las grandes”. También escribió sobre el maltrato de los ingleses a los inmigrantes de Holanda y una Guía completa para el éxito en los negocios. 
El genial Víctor Hugo (1802-1885), cumbre de la literatura francesa del siglo XIX con obras fundamentales como Nuestra Señora de París y Los miserables, en la narrativa, y Las contemplaciones y Los cantos del crepúsculo, en la poesía, escribió libros emocionales que sólo sirvieron para incrementar su ya copiosa bibliografía, pero que en nada contribuyeron a su grandeza: Napoleón el pequeño, El papa (panfleto contra el Vaticano), y El arte de ser abuelo. 
Por su parte, George Bernard Shaw (1856-1951), notable dramaturgo irlandés en cuyas obras satirizaba la ambiciosa aristocracia británica y recreaba la mediocridad de la clase media —Casas de viudos, Pygmalión, Santa Juana, etc.—, las cuales le hicieron acreedor del Premio Nobel en 1925, escribió también infinidad de libros y folletos de propaganda a los hábitos vegetarianos y la filosofía política de la Sociedad Fabiana, un grupo precursor del actual partido laborista, que propiciaba un socialismo gradual y pacífico a través del ideal moral.
El padre de la poesía romántica en Colombia, Rafael Pombo (1833-1912), autor de versos inolvidables como “es la vejez viajera de la noche” y sus famosas fábulas y cuentos para niños, escribió al final de su vida innumerables textos en prosa y en verso dedicados exclusivamente a promover la medicina homeopática.
Dos años después de conquistar la celebridad con Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll, pastor y matemático, publicó un Tratado elemental de los determinantes, que a pesar del título es bastante difícil de digerir. 
Pero aún más paradójico resultó el caso de Jorge Isaacs (1837-1895), quien después de haber publicado la inmortal novela romántica María (1867), abandonó la lírica para siempre y se dedicó a escribir tratados sobre el proceso de formación del carbón, estudios sobre las tribus indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta y una memoria sobre su experiencia de insurgente popular titulada La revolución radical en Antioquia.
El poeta norteamericano Ezra Pound (1885-1972), autor de varios volúmenes de Cantos, que le aseguraron un sitio preeminente en la literatura contemporánea, dedicó mucho tiempo de su larga vida a la investigación de los diversos sistemas monetarios. Defensor acérrimo de Mussolini, en sus alocuciones radiales desde Roma pedía a los italianos oponerse con todas sus fuerzas a la entrada de las tropas estadounidenses. Al final de la guerra, claro, fue detenido, juzgado y condenado a muerte por traición. Ante el clamor universal, sus jueces lo declararon “demente”, lo encerraron en una jaula y luego vivió confinado doce años en un manicomio de Washington. Nutrido en la poesía de Catulo y Dante, Pound inyectó vigor y plenitud a la lengua anglosajona y de allí nació buena parte de la poesía moderna. Eso hace que sus admiradores echemos al olvido libros aburridos e inútiles como el ABC de la economía y sobre todo Jefferson y Mussolini, entre otros.
Aquiles Nazoa, poeta venezolano muy conocido gracias a sus versos elaborados con un ingenio poco común, como aquellos que dicen: “A un indio del Perú, ya en su vejez, / le salieron los dientes otra vez. / Falta ahora saber / si también va a salirle qué comer”, y a un bello libro titulado Cuba, de Martí a Fidel Castro, publicado en 1961, escribió obras sobre los usos de la electricidad, el gusto y el regusto de la cocina y algunas guías turísticas. Caso parecido al del colombiano Jorge Zalamea (1905-1969), el mejor traductor al español de la poesía de Saint-John Perse y autor del hermoso poema barroco El Gran Burundún ha Burundá ha muerto, quien comenzó su carrera de escritor publicando unas aburridas monografías sobre la industria nacional, el Departamento de Nariño y la reforma educativa de 1936. 
Lo curioso de todo esto es que ningún escritor, por escrupuloso que sea con su oficio creador, puede sustraerse a esta suerte de herejía o disidencia literaria, porque además ya se ha vuelto tan corriente en cada autor que el no hacerlo puede crearle cierta aureola “extraliteraria”. Vea, pues!

*José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, 1946), poeta, novelista y periodista cultural. Su novela Las puertas del infierno (1985), fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. Su poesía se halla reunida en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).