Por Óscar Collazos
Así se llama en francés a la otra actividad que un profesional desarrolla casi secretamente. El hobby de los anglosajones es más superficial y no es, de ninguna manera, algo que se hace con pasión y dedicación continua. Aunque nunca se conoció el violín que tocaba el gran pintor del siglo XIX ni se le escuchó tocarlo, la leyenda creció y Man Ray, el gran fotógrafo surrealista, inmortalizó la leyenda en una obra deliciosa que hoy se encuentra en el Getty Museum.
Sábato, el formidable e inquietante escritor recién fallecido, fue un pintor de dedicación casi absoluta. El universo sombrío de su pintura nos hacía pensar en la imaginación de un ser atormentado por la muerte y sus fantasmas. Günther Grass, el extraordinario novelista alemán, Premio Nobel de Literatura, fue siempre un delicado dibujante, discípulo del expresionismo. Y no hablemos de nuestro entrañable Héctor Rojas Herazo, pintor y escritor de tiempo completo.
Los casos son innumerables. Pierre Klossovski, otro gran escritor contemporáneo y uno de los más sugestivos novelistas eróticos de nuestra época, alcanza en sus dibujos el clima de turbación que alcanzó en su prosa literaria. En este mismo sentido, recuerdo los dibujos académicos de Manuel Mejía Vallejo (estudió Bellas Artes) y los ejercicios pictóricos que no deja de hacer con fina destreza el poeta Elkin Restrepo. Una de mis grandes frustraciones es no haber aprendido a dibujar de niño ni de adulto. Pero mi torpeza ha sido compensada con la pasión por el arte pictórico que he cultivado desde hace mucho tiempo. Visito museos y galerías de arte nacionales e internacionales con entusiasmo y curiosidad. Nada es más aleccionador que volver a ver una y otra vez las obras de los artistas que admiro.
He sido amigo de grandes pintores colombianos, latinoamericanos y españoles que me ayudaron a comprender el fascinante universo de la pintura y la escultura clásicas, modernas y contemporáneas. A ellos he consagrado artículos, ensayos y libros. Es como si esta pasión fuera una consecuencia de mi patética incapacidad de dibujar o pintar.
Confieso ahora mi grata sorpresa al asistir a la primera exposición pictórica de nuestro amigo Gustavo Tatis Guerra, poeta y cronista inevitable en la literatura del Caribe colombiano. No sabía que pintara o dibujara y menos que lo hiciera con tanta delicadeza y coherencia, expresando un mundo que, entre la abstracción y la figuración, impone su fuerza en la exuberancia del color.
Fueron tantas las obras expuestas y tan entrañablemente cercanos los temas de sus cuadros, tan sutil la influencia de, por ejemplo, Alejandro Obregón, que es difícil decir que la pintura sea sólo el “violín de Ingres” de Gustavo. La pintura se revela aquí tan sustancial como la escritura literaria Comparo la sorpresiva salida artística de Gustavo Tatis con la prudencia y humildad de su carácter. Aunque sea una de las personas más efusivas y volcánicas que conozca en Cartagena cuando se habla de literatura, creo que lo que vuelve más significativa su obra pictórica es la prudencia con que ejerció este oficio paralelo.