Charles Simic: “Una mosca en la sopa”

Memorias
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2010
Por Mario Lucarda*
Charles Simic pertenece a esta manera de ser de muchos eslavos del sur. Me trae a la memoria el mundo cinematográfico de Emir Kusturica. Una manera de ser vital y emotiva hasta la exultación, donde lo que más cuenta es vivir intensamente el don de la existencia. Un remolino de datos organizados bajo la propia cronología de su vida da el hilo guía en la lectura de estas memorias. Una cosecha abundante de datos  se amontona siguiendo más o menos este orden personal de su existencia, y va dando forma a un personaje que es el mismo Charles Simic. Los datos poco a poco irán adquiriendo la forma de los rasgos característicos de su entorno familiar, de sus grupos, y de sus amistades. Alrededor de Simic persona va creciendo un halo que amplía su individualidad para convertirla en una orla de amigos y conocidos que es  consustancial a su manera de ser. Un entorno con el cual disfrutará plenamente de lo que más nos insiste que le gusta: vivir aventuras, comer y beber, y comiendo y bebiendo hablar sobre infinidad de temas entre los que destacan, por su capacidad de no ser materialmente posibles, los metafísicos, los abstractos y los religiosos.
 Respecto a sus lecturas y su formación intelectual sabremos  que ha leído muchos libros, que determinados autores y poetas americanos han ocupado gran parte de su tiempo y que la poesía francesa ha dejado en él una impresión determinante. No hay una referencia marcada por unos autores sobre otros. Pero la poesía francesa, la que gira en torno al surrealismo, ha constituido una parte importante en su formación. Yo diría que, junto a sus rasgos eslavos vitalistas y gozadores, el mundo del surrealismo ha cautivado y marcado en especial su mente estética: su mente poética seguro. Y nos revelará al azar, como de pasada, sin que tomen la dimensión de referentes, unos cuantos nombres de poetas, literatos y filósofos. Pero lo que siempre recordaremos es que él y su padre compraban cantidad de libros, que leía sin parar, que se pasaba leyendo noches enteras, sin ninguna línea determinada previamente, en el vaivén del gusto y la ocasión del encuentro. De nuevo surge, a través de los comentarios y circunstancias sobre su experiencia intelectual, este vitalismo espontáneo y celosamente cultivado de la intuición, de la ocurrencia, del impulso repentino.
 En estas memorias se pueden marcar algunas áreas narrativas que corresponden al paso de su vida desde la infancia. En una primera parte nos explica sus experiencias infantiles de la Segunda Guerra Mundial en Belgrado. Y, en el transcurrir de las experiencias, los distintos componentes de su familia, tanto por parte de su madre como por parte de su padre. Sus particularidades, sus rarezas, sus extravagancias, su afinidad con ellos o sus sentimientos de rechazo. La visión de la guerra bajo los ojos de un chiquillo siempre es una mirada a lo inusual, a lo cruel, a la brutalidad y a la necesidad de sobrervivir a través de una ingenuidad aterradora. Pero no lo es menos al juego y a la aventura con su pandilla, a la posibilidad de vivir con una libertad y con un mundo propio que sería desconocido dentro del orden habitual de las cosas en un mundo sin guerra. Las bombas, las ruinas de los edificios que ayer estaban en pie, las enormes posibilidades de coger lo que no es propio para aumentar la colección de curiosidades de que se rodea un niño, las huidas ante el enemigo o del frente de lucha, son otros tantos campos que se abren a la imaginación en el recuerdo del hombre ya crecido. Anécdotas tras anécdotas va engranando la rueda dentada de estos recuerdos. Un poco a la ocurrencia, insertando familia, amigos, enemigos, regímenes políticos, e intentos constantes de su madre por reunir a la familia dispersa bajo una tenacidad y un empeño admirable. Su padre se había ido previamente para abrirles a su mujer y a su hijo el camino hacia Estados Unidos.
 Los fracasados intentos de su madre para huir del mundo comunista a través de las montañas o bajo formas no autorizadas y clandestinas alcanzan finalmente su recompensa bajo un permiso oficial. Bajo el enlace de inmensas estaciones y tras largas horas de tren llegan a Paris Charles y su madre. Desde Paris el paso hacia los Estados Unidos no parece tan fácil, pero al cabo de un año la tenaz madre de Charles consigue el pase para embarcar en el Queen Mary hacia Nueva York. Allí su padre los esperaba. La estancia en París y su escolarización da materia para variadas experiencias y aventuras. Las dificultades y la miseria que pasaron en Paris se convierten en circunstancias curiosas o datos que con su impecable humor nos va mostrando e intercalando. Son las teselas que habrán de componer su original mosaico poético: acopio de datos dispersos, dejados al viento de su aparición, bajo la aspiración de que revelen un sentido que para el propio autor es a su vez revelación.
 De Paris a Nueva York se yergue la comparativa del impacto estético. Frente la memoria de la racional belleza urbana de Paris surge el impresionante espectáculo de la masa de los rascacielos apretados abriéndose hacia la altura entre la suciedad del arrabal y el refinamiento del centro. El encuentro con su padre es otra de sus revelaciones inesperadas en América del Norte. Comidas con su padre, salidas, charlas interminables, encuentros con otros familiares y más comidas, forman la tela de su estancia en Nueva York. Junto al cine, al descubrimiento de nuevas formas de vida y al despertar de una libre individualidad. Cuando su padre es trasladado a Chicago por su trabajo, la familia le sigue. Chicago conforma desde el emblemático barrio de OaK Park, donde vivió y construyó varias villas Frank Lloyd Wright y vivió Hemingway, la parte más estructural de la vida de Charles. Cursos, profesores en su segunda enseñanza, superación del miedo del emigrante, y su independencia en un pequeño lugar configuran su vida artística, en un inicio como pintor. Oscilando entre los estudios de Medicina y los estudios de Abogacía abandona ambos para entregarse de lleno al mundo de la pintura. Mientras, escribe, entre otras iniciales variantes, largos y complejos poemas que más tarde desechará. El desarrollo de su personalidad polifacética y calidoscópica se imprime en sus primeras composiciones poéticas que tienen su aparición en revistas y en lecturas entre amigos. Pero el servicio militar de Estados Unidos le moviliza y es destinado a Francia.
 En Francia realiza controles de Policía Militar en la Europa de Posguerra bajo la tenso espectro de la Guerra Fría. Aventuras y pillerías múltiples llenan páginas y páginas. De nuevo las comidas, los vinos y el ingenio toman siempre la iniciativa para inclinar las historias hacia lo extravagante y lo rocambolesco. Anécdotas tras anécdotas van cubriendo el espacio de su vida en una figura que carece de todo principio y se desliza hacia ningún fin propuesto, con la plena conciencia del sinsentido de la misma existencia. Una actitud que queda plenamente reforzada por su confesado agnosticismo, siempre respetuoso ante la múltiple diversidad de las creencias. Su admiración existencial por todo lo que pueda aparecer en el período concedido a su vivir, está tan marcadamente resuelta que no deja duda de la plenitud su goce vital. Como tampoco de su incisiva mirada a cualquiera sea el rasgo de existencia que quede en su enfoque perceptivo y visual. Aquí el intelecto tiene un espacio que en su amalgama de teorías se autoexcluye por sí mismo. En sus elucubraciones abstractas la intelectualidad se desvanece en humo, y los complejos y estructurados sistemas de creencias arrastran su curiosidad pero no su convicción. Ya que lo tangible y su interés por todo lo que es capaz de idear, visitar, imaginar y realizar el hombre, determinan su campo de operaciones, la comida ocupa un lugar preferente por lo irrefutable de la experiencia.
 Convencido de que por la magia de las asociaciones podrá descubrirse una verdad que es imposible alcanzar por la razón, encuentra en el surrealismo la táctica ideal. La cual escoge y refina para operar en el mundo de la realización poética.  Tanto renuncia a seguir el camino del descubrimiento de la realidad por la vía del mundo exterior, como renuncia a seguir el descubrimiento de la realidad por la vía del mundo interior. Ni sólo los ojos abiertos de par en par, ni sólo la mirada hacia dentro del que cierra los ojos. Sino ambas cosas por la vida de la asociación libre de la totalidad de lo vivido. En estas espléndidas posibilidades se sumerge para revelar lo que se resiste tan admirablemente en su conjunto total. Charles Simic tiene en esta técnica ideada por el surrealismo una confianza inquebrantable. La unión y conexión de imágenes  aparentemente disparatadas van dando al firmamento de su conocer una extraña luz de irrealidad, no menor que la irrealidad que le parece estar viviendo a cada instante de su vida en la plenitud de su mismo vivir.       

*Mario Lucarda (Barcelona 1944). Licenciado en Filología Hispánica, Universidad de Barcelona. Tesis de licenciatura: La poesía de Jaime Gil de Biedma (inédita). Se ha dedicado a la enseñanza de Lengua y Literatura Castellana.