El ruido del trueno - Cumpleaños de Bradbury


Para celebrar el cumpleaños de Bradbury, uno de los pocos autores vivos que mereciera los elogios de Borges, a tal punto que en el prólogo de Crónicas marcianas el escritor argentino eligiera la “Tercera expedición a Marte” como el momento más terrorífico de toda la literatura, Con-Fabulación publica el siguiente ensayo en homenaje a su palabra visionaria y poética.
  
Por Amparo Osorio
Vendedor de periódicos en su juventud y autodidacta confeso, el 22 de agosto de 1920, nace en Waukegan (Illinois) uno de los más brillantes intelectuales norteamericanos de todas las épocas: Ray Douglas Bradbury, cuya prolífica obra inscrita en el género de la ciencia ficción ha recorrido los extremos del mundo convirtiéndose en forjadora de nuevas generaciones de escritores.
Su extensa bibliografía y los innumerables premios recibidos, son apenas un justo reconocimiento a la labor de quien nos deleitara con títulos como Crónicas Marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951), Las doradas manzanas del Sol (1953), El país de octubre (1955), El vino del estío (1957), Remedio para melancólicos (1960), Fantasmas de lo nuevo (1969), El árbol de las brujas (1972), y El ruido del trueno (1990), por citar sólo algunas de sus obras.
Es sin embargo la magistral Fahrenheith 451 publicada en 1953 y que fuera exquisitamente llevada al celuloide en 1966 bajo la dirección de Francois Truffaut, y protagonizada por Julie Christie y Oscar Werner, el título que le diera uno de los mayores reconocimientos, por cuanto en ella se revive la trágica historia de la quema de libros por parte de algunos gobiernos de turno en su afán de coartar las libertades intelectuales.
Pero no es sólo Bradbury un escritor de ciencia ficción como se lo reconoce muchas veces, puesto que esa ilusión vertiginosa de sus obras, esa cadencia rítmica, esa factura poética, que nos espanta por su realidad y cuya forma de tiempo devela que terminaremos vencidos por los universos astronómicos, es algo que sobrepasa a la ficción para inscribirse en la literatura fantástica y se convierte en ocasiones en texto filosófico enfrentándonos desesperadamente a un devenir que sólo puede tener cabida en el romanticismo de su espíritu.
Ya en “El ruido del trueno”, llevado al cine por la Warner Bros (2005), el escritor da cuenta manifiesta de su preocupación por el destino de la humanidad, que en un viaje al pasado debe remediar el error de haber pisado una mariposa, hecho que conmocionó el estado natural del mundo.
A la manera inversa de Coleridge, referido por Borges: Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces qué?, el Bradbury futurista nos advierte de manera más trágica que sin el necesario regreso al pasado preservándolo intacto, es imposible asegurar en el fluir absoluto del río del tiempo, la evolución de la especie.
Deliberadamente su obra de inagotable lectura está llena de simbolismos que nos remiten a los estadios puros de la creación reveladora. Expediciones que van y vienen de Marte dan cuenta de los paraísos perdidos y de la urgencia de colonizar otros planetas. En Crónicas marcianas el desarraigo nos asalta. La cuarta expedición se convierte en una pasión abrumadora. Spender el protagonista, se enamora de «la ciudad dormida y muerta que se despliega ante sus ojos» y en la que pronto aparecerán fantasmas ancestrales «galopando el fondo del vacío del mar en un antiguo corcel de imposible progenie, de increíble descendencia».
Evoca a Lord Byron imaginando que uno de sus poemas pudo haber sido inspirado por esa ciudad y lo imagina como el último sobreviviente de esa raza marciana, mientras recita en voz alta:
Por lo tanto nunca más pasearemos hasta las altas horas de la noche, aunque el corazón siga enamorado y aunque siga brillando la luna…
Una semana de reconocimiento basta para la elección definitiva. Si ya destruimos nuestra tierra ¿cómo aceptar la entrada de la nefasta comunidad terrícola a un nuevo planeta? ¿Cómo permitir la colonización de esas ciudades con sus lunas mellizas, sus lagos de cristal, sus atardeceres de soles incendiados y la impecable nostalgia del pasado, latente en el espíritu dormido de sus milenarios objetos?
El protagonista se subleva pasándose al otro bando. Un final inesperado nos aguarda. Pero un final donde el yo enajenado de Spender resuelve su destino en aras de preservar la magia de ese planeta verde de profundas revelaciones poéticas.
No deja Bradbury de sorprendernos con esta y todas sus obras, en las que teje línea tras línea un círculo infinito que asciende y desciende por los innumerables estadios de la condición humana, abordando siempre una vigilia de inalterable conciencia, una resistencia secreta que lo ubica también como uno de los más destacados humanistas, puesto que sus personajes pertenecen casi siempre a una inmensa gama de seres marginales o hacen parte de los submundos de una sociedad abrumadora y excluyente.
“Bordado”, publicado dentro de Las doradas manzanas del sol es otra de las conmovedoras piezas de su metafísica instantánea y en la que asistimos a un extraño experimento entre atmósferas de suspenso que nos dejan estupefactos. Allí, contrario al uso que teje y desteje Penélope esperando el retorno de Odiseo, las tres bordadoras de esta historia tejen el mundo con sus seres, sus ciudades y casas, su naturaleza, sus animales y objetos, y en un instante de máxima tensión comienzan a destejerlo contra las adversas manecillas de un reloj, que en su cuenta regresiva terminará destruyendo el universo:
Advirtió un fuego, que se movía lentamente casi, y se apoderaba de una casa bordada y le sacaba las tejas, y arrancaba una a una las hojas de un arbolito verde, y vio que el sol mismo se deshacía en la tela. Luego el fuego pasó a la punta de la aguja que relampagueaba aún; observó el fuego que le corría por los dedos, los brazos, el cuerpo, y le deshacía el hilado del ser, tan esmeradamente que ella podía apreciar toda su demoníaca belleza. Nunca supo qué le hacía el fuego a las otras mujeres o el mobiliario o el olmo del patio. Pues ahora ¡sí, ahora! le arrancaba el bordado blanco de la carne, el hilado rosa de las mejillas, y al fin le entraba en el corazón, una rosa blanda y roja cosida con fuego, y le quemaba los frescos, bordados y delicados pétalos, uno a uno…
Tal vez el futuro o su gemela la esperanza, estén a punto de extinguirse en este inmenso globo terráqueo, y apenas la tremenda percepción de la genialidad bradburiana nos lo dicta a cuentagotas desde el profundo contraste de la fantasmagoría poética de sus obras.
Quizá el Asteroide 9766, descubierto por el programa Spacewarh el 24 de febrero de 1992, y que lleva su apellido en honor a este indiscutible visionario, sea el responsable de dar la bienvenida a los nuevos cibernautas en sus próximas gravitaciones por los insondables universos del cosmos.