Mishima visto por Yourcenar


Por José Chalarca
El presente ensayo hace parte del libro Marguerite Yourcenar o la profundidad, del polémico escritor caldense José Chalarca, editado recientemente por la Colección Los Conjurados.

Yukio Mishima se ha convertido en una de las figuras más interesantes de la literatura universal en la segunda mitad del Siglo XX. Su cuantiosa y valiosa obra escrita en un tiempo relativamente corto, su posición de abierta rebeldía frente a la actitud asumida por el Japón después de la Guerra del 39; su vida pública y privada, su suicidio espectacular, han calado profundamente en el mundo de Occidente y llamado la atención de los estudiosos sobre ese Oriente lejano que empezó a mostrarnos Marco Polo y que todavía no acaba de enseñarnos sus secretos.
En Mishima o la visión del vacío, Marguerite Yourcenar se asoma, aprovechando la ventana abierta de sus escritos, al abismo sin fondo del ser de este gran escritor japonés para tratar de identificar los resortes que movieron su existencia y le llevaron la mano en el momento de quitarse la vida.
No sé si hay un error en la traducción, pues la obra se inicia con una afirmación que no entiendo en Yourcenar y que, por demás, no comparto: “Siempre es difícil juzgar a un escritor contemporáneo: carecemos de perspectivas”. Creo que no se puede juzgar a un escritor, ni contemporáneo ni lejano en el tiempo; lo que se trata es de desentrañar su mensaje, de oír lo que nos quiere decir, de encontrar las claves de su visión y entrar así en comunicación directa con él.
La Yourcenar afirma que Mishima “ha absorbido ávidamente los elementos de su propia cultura y los de occidente” y, desde ese supuesto camina por varias de las obras del escritor para escuchar su voz.
“Es indudable que algunas anécdotas de infancia y de juventud, al parecer reveladoras, merecen ser retenidas en un breve sumario de esta vida, pero esos episodios traumatizantes nos llegan a través de Confesiones de una máscara y se encuentran también, diseminados en formas diferentes, en unas obras novelescas más tardías, elevadas al rango de obsesiones o de puntos de partida de una obsesión inversa, definitivamente instaladas en ese poderoso plexo que rige todas nuestras emociones y todos nuestros actos. Interesa ver cómo esos fantasmas nacen y decrecen en la mente de un hombre igual que las fases de la luna en el cielo. Y es indudable que algunos relatos contemporáneos más o menos anecdóticos, algunos juicios emitidos en vivo, como una instantánea imprevista, sirven a veces para completar, para verificar o contradecir el autorretrato que el propio Mishima ha hecho de esos incidentes o de esos momentos-choque. Sólo a través del escritor podemos oír sus vibraciones profundas como cada uno de nosotros oye desde dentro su voz y el rumor de su sangre.”
Confesiones de una máscara es el primer libro exitoso de Mishima. Y es con él que da un vuelco a la literatura tradicional en el Japón que hasta ese libro se ocupaba solamente de historias epidérmicas, que no tocaban el conflicto interior de las personas desde el punto de vista de la biografía auténtica. Esta obra autobiográfica de Mishima llamó poderosamente la atención del público japonés y constituyó una verdadera novedad.
Antes de Confesiones de una máscara —escribe Marguerite Yourcenar—, Mishima sólo había tenido algunos éxitos dignos de ser considerados. Su primer libro El Bosque en flor, obra de sus dieciséis años estaba inspirado en el Japón poético; de vez en cuando algunos relatos sobre el mismo tema y escritos de la misma manera iban deslizándose cada vez más “decididamente moderna”. Su conocimiento del Japón clásico, superior al de la mayoría de sus contemporáneos y su familiaridad con las literaturas europeas, fijaban su horizonte literario donde sobresalía una clara predilección por Racine. Se dedicó al griego a su regreso de Grecia y profundizó en ello bastante, para infundir a esa breve obra maestra que es Tumulto de las olas esas cualidades de equilibrio y de serenidad que hemos dado en creer griegos. Pero, sobre todo, se dedicó a la literatura moderna europea de los pre contemporáneos como Swinburne, Wild, Villiers o D´Anunzio, hasta Thomas Mann, Cocteau y Radiguet, cuya precocidad, y, sin duda probablemente su muerte en plena juventud, le deslumbraron... Parece estar enlazado largo tiempo y, a veces hasta el final, con los literatos de Europa, menos por el fondo que con frecuencia refuerza y confirma el suyo que por lo que le proporcionan de nuevo e insólito en la forma. Entre 1949 y 1961, o incluso antes, la factura de sus mejores libros, y también de otros menos buenos, será más europea (pero no americana) que japonesa.”
De la voluminosa obra de Mishima, compuesta a partir de sus 16 años y hasta su muerte, ocurrida en 1970, cuando tenía 45 años de edad, la obra traducida a idiomas occidentales no sobrepasa la veintena. Su gran novela, la tetralogía El mar de la fertilidad que comprende además Caballos desbocados, El templo del alba y El ángel podrido, apenas acaba de ser publicada –el último título—, en España.
Mishima es un testigo de excepción de los fenómenos acaecidos durante el proceso de occidentalización del Imperio del Japón iniciado durante el período Meiji, en la segunda mitad del Siglo XIX, que se consolidó con la derrota del Japón en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y que tiene su expresión hoy en la imagen de una gran potencia capitalista.
La efigie de Mishima que nos dibuja Marguerite Yourcenar es quizá la más aproximada y válida que se conoce en castellano. Es seria, profunda, fruto de un estudio inteligente y concienzudo de su obra y de su voluntad de comprender. Muy lejos, muy distante de la semblanza sensacionalista –con cierto sabor a periodismo amarillista— que hizo Vallejo Nájera en Mishima o el placer de morir.