Confabulador clásico: Federico Nietzsche

 Lou y Nietzsche acompañados de Paul Rée
El gran Federico Nietzsche, conciencia atormentada de la cultura occidental, próspero iconoclasta al que nunca terminaremos de descubrir y quién, con el paso de los años, demuestra la grandeza solar del filósofo fragmentario y cercano a la latencia poética, escribió muchos aforismos sobre su tempestuosa relación con Lou Salomé y su hermana Elizabeth, que arrojan luces sobre su experiencia radical con el universo femenino, y nos muestran cómo el gran autor de Zarathustra se pretendió receptáculo de todos los males, carencias y monstruosidades de su tiempo. Esta compilación es una prueba de ello. 

A las mujeres nunca se les permitió su condición de mortales… o son ángeles o son demonios o ambas a la vez, y están colocadas sobre los peldaños de la escalera de Jacob que une el cielo con el infierno. No desean existir, porque son la existencia misma, y personifican el principio eterno del mal y del bien. Ya que le mujer es una fuerza elemental, es tan ridículo acusar a una mujer por faltas a la moral como lo sería condenar al rayo por herir una iglesia, burlándose así de Dios.
¿Por qué Lou Salomé no se entregó nunca completamente a mí? Porque su cuerpo le pertenecía; podía yo hacerlo mío en nuestra mutua necesidad de expresión erótica, pero siempre permanecía suyo, ¡su cuerpo y su alma! Me pertenezco a mí misma!, exclamaba Lou Salomé. ¡No me inclinaré ante las órdenes de ninguna mujer, dios, diablo o estado!
En cierta ocasión Lou Salomé me preguntó mientras estaba entre sus brazos: ¿Te gustaría que esto se repitiera una vez más, eternamente? Transformar la sagrada idea del eterno retorno en un perpetuo orgasmo era un concepto esencialmente femenino. Lou, como un Salomón hembra, tenía la misma ambición de dominar el cuerpo, mente y espíritu, y ella creía que yo lo encarnaba. Gobernándome podía llegar a gobernar el mundo, pero su destino anatómico la derrotó. Tuvo que luchar contra mi orgullo satánico y logró colocarme al nivel de su amor y de su pasión que eran humanos, demasiado humanos. Lou era mi ángel bueno que luchaba con Elizabeth, el ángel malo, quién despertó el demonio en mí, haciéndome consciente del gran pecado que compartíamos. Usó todas las estratagemas del infierno para separarme de la Helena Eslava, y ya que yo mismo soy un eslavo, un polaco de noble alcurnia, la victoria de Elizabeth sobre nosotros se convirtió en una doble derrota para la humanidad eslava.
Cuando me curé de Lou Salomé me sentí como un adicto a las drogas, enmendado, que puede gozar nuevamente del amor intelectual a Dios, y solazarse otra vez en el reino del espíritu humano. Los hombres nos transformamos en pequeños césares en el acto del amor; ejercemos en el dormitorio, porque no nos atrevemos a superar las barricadas o atacar al cielo con la furia de Napoleón, Proudhon, Marx, Bakunin y el resto de los asaltantes de los cielos de su siglo. Yo mismo he sido un asaltante de los cielos, ¿y qué me dijo una judía de veinticuatro años cuando llegué a ser demasiado arrogante en mis exigencias? ¡Busca una mujer en la calle! ¡No puedes poseerme ni poseer nada sino sobre la base del amor y la comprensión mutuos!
La entendía demasiado bien. Cada ser humano es Dios, no solamente Jesús, César o yo mismo. Cada persona es “un ser inconquistado” en el sentido de Feuerbach, presto a destruir el pensamiento absoluto de Hegel con el garrote de su Ego poderoso. Pero si todo ser humano es Dios ¿qué queda de mi sensación de distancia, el espacio social entre el genio y el idiota? Quizá no haya espacio social entre ellos y como testimonio está el caso del profesor Nietzsche, el genio más grande del siglo XIX, que se desmorona con la farfullante necedad de un paralítico sin mente.
Para probar que mi filosofía era falsa ¿necesitaba el Dios de Lou Salomé aplastarme en la locura? ¡Cuán bajo ha caído el poderoso! ¡Ni siquiera puedo levantar mi brazo en un gesto de desafío, ya que está paralizado!
Mi Helena Rusa fue quién me introdujo en el principio femenino de Sofía, el conocimiento místico e intuitivo que no pueden comprender los científicos y los positivistas, porque reposa debajo de ellos y, por lo tanto, está por encima de ellos. Hasta que conocí a Lou no pude escapar del reino científico de las estadísticas y las cantidades, y me precipitaba en el refugio interior de la música, con Wagner y los wagnerianos.
Mientras estuve con Lou Salomé el centro de la atención se trasladó de la cabeza al corazón y todas las contradicciones luteranas de mi naturaleza se fundieron en una sola pasión de amor por el pueblo judío y por todos los pueblos. Me despojé de las anteojeras intelectuales y vi la vida desde el ángulo de la matriz orgánica, el místico reino que reposa bajo la ciencia y, por consiguiente, está por encima de ella, dominando las complejas exigencias de nuestra naturaleza total.
Esta sacerdotisa de Isis profundizó mi sabiduría; empecé a conocer la vida como vívida experiencia, como la armoniosa mezcla de lo visible y lo invisible, como una actividad artística a tono con las fuerzas cósmicas que me colmaron de esplendor y la desolación de una existencia semejante a la divina.
 Ella era el Juan Bautista hembra, que anunciaba el advenimiento de la fe en la “simplicidad”, que une lo interno con lo externo, el centro con la periferia, el cuerpo con el hálito y con el alma, en la matriz del útero. Pero, al perderla, caí nuevamente en mis demonios luteranos, en mi ser dividido que jamás podrá llegar hasta Dios, el todo, y por consiguiente supone que Dios está muerto. ¡Soy, pues, el viudo de Dios. Y en su cósmico interior él se ríe de mi insensata presunción.
La crisis de nuestro siglo se convirtió en mi crisis personal, y estoy pagando un alto precio por los seductores sueños de mi juventud. He sido un rebelde contra el universo y el universo ha cumplido su venganza contra mí. El destino no me ha castigado por mis vicios sino por mis virtudes.
Un consuelo tengo que nadie puede quitarme. En el caso de haberme casado con mi princesa eslava podría haber sido feliz, pero el mundo hubiera tenido que esperar otro milenio a Zarathustra. Por otra parte, si hubiera escrito Zarathustra antes de haber encontrado a Lou ¿cómo podría resistírseme? Si mi voluntad hubiera podido determinarlo este sería mi camino. Pero teniendo que elegir entre Lou y Zarathustra creo que la mujer sería mi elección final. Los únicos sacrificios son los que estamos forzados a hacer. El auto sacrificio es estúpido y sin sentido. ¡Salve voluntad mía! Y sólo donde hay sepulcros hay resurrecciones

Tomado del libro Lou Salomé, lo humano como mujer, de William Salgado Escaf. Última Página Editora, Barranquilla, año 2000.