Traducción Ángela García*
MARIE LUNDQUIST
Marie Lundquist: (Jönköping, 1950). Poeta, escritora y periodista cultural. Ocho libros publicados. Ha trabajado en colaboración con teatro y la fotografía. Dirige talleres de poesía con estudiantes de secundaria. Ha recibido algunos de los más importantes premios de poesía, entre ellos: Guldprinsen 1996, Svenska Akademin 2008, De Nios Vinterpris en 1997 y en 2008.
Dios pidió
que la gente desgarrara
sus ojos
y se los lanzaran
entre sí
*
Si sólo hubiéramos tenido manos
como las del museo judío
Si sólo hubiéramos tenido
veneración ante la escritura
que no puede tocarse
si sólo hubiésemos podido leer
el idioma de los cuervos
lo que cubre la nube
con grandes y negras costuras
en un vanidoso intento
de coser el despedazado cielo
*
A cambio de confesarse
Puede uno dejarse clavar
Esparcido en todas las agujas de la hierba
reúne la lluvia
en la boca, reserva
un poco de agua
para el silencio
donde habrás de remar
*
Algo siempre cae, uno se pierde, es acariciado en el cabello se derriba avalancha tras avalancha. Uno se trepa por el lado exterior, y colgando de cuerdas y clavijas. La mano deshace el cabello y lo que ahí se esconde. Uno tiene sólo su nombre para entregar y la inquietud unida a todo, los labios y la mejilla y los huesos de la quijada que se estremecen de emoción.
MAGNUS WILLIAM-OLSSON
(Estocolmo, 1960) poeta, ensayista y traductor. Colaborador literario en el periódico Aftonbladet. Traductor de Alejandra Pizarnik, Kavafis, Antonio Gamoneda y Gloria Gervitz, entre otros. Co-fundador y co-director del Seminario libre en Estocolmo, dedicado a la crítica literaria. Ha trabajado en colaboración con artistas plásticos y compositores. Ha publicado una quincena de libros traducidos parcialmente a quince idiomas. Le fue otorgado el Premio Bellman de poesía en 2010.
“Y era el demonio de mi sueño, el ángel más hermoso”
Antonio Machado
Sonido de pies desnudos contra la piedra. Vuelve
el rostro hacia el sol. El mundo es rojo
como tajo sangrante, un filo de cuchillo ardiendo
a contraluz. Tu amado se libera burlón
del mundo, hombros y nuca firmes. La cadera
sostenida con seguridad, como si llegara recién conquistada
de la blanca casa de su joven y bello amante.
Su modo de andar es una escritura fresca, un loco
canto de júbilo sobre lo infinitamente propio. Lo indecible.
!Ay ay ay! Tu corazón duele. El talón
martillea. Las manos se encalambran. El rostro se contrae.
¡Ay ay ay! Tu mujer ama a otro.
Ella sonríe, sí, ríe! se baila feliz
lejos lejos lejos del nombre.
Glykophilousa1
Ahí en tu interior arrulla una extraña planta ajena.
La caricia en su perplejidad. La súplica del gesto.
Piel de mejilla contra piel de mejilla. Ternura del rostro
ojos que envuelven una entrañable, entrañable luz.
Algo en ti parece aquí de repente añorarse hasta quebrarse.
Te desvelas hasta la violencia animal.
Te dispones a hacerte daño y herir tu ojo.
Inconciliablemente ante tu conciliadora mirada.
Más no escuchas. No lees. Te reflejas
sólo en el límite. ¿Pero hay aquí algún límite? Has olvidado,
y ahora recuerdas: Oh! Los pliegues verde oscuros de tu vestido que crujen
débilmente cuando no obstante se han cansado sus brazos en torno a ti.
Olor de sudor, tela y perfume. La punta del codo
que casualmente te golpeas con la cadera. Y te despierta.
1. Madre de los tiernos besos, nombre de una especie de ícono griego.
*
Voy como un criminal hacia mi amada
Hay un camino trasero, casi un sendero, que para el no iniciado termina en un espeso matorral de
lilas
¿Si me espera?
Puedes ver bien la silueta y la ventana iluminada. Los hombros delgados. El largo cabello negro. Y en
el mismo instante junto a mí, al lado del lilo. El dorso de su mano en mi mano, tímidamente como
si supiera que va a quedarse poco
¡Oh, este dolor ardiendo semejante al lilo en el estómago y el pecho!
Me vuelvo contra el reloj. No quiero encontrarme con su mirada. El rostro. El olor de tierra de la frente en la primavera jubilosa. Me retuerce, me saca del huerto. ¿Oyes
la pesada respiración?
Los besos calientes y húmedos que luego dio
La piel de marfil con su ilegible escritura
El distendido sexo, los labios bulbares y la pajarita de papel de las ingles
La fuerza del coxis
de los hombros
Y cómo ella desde ese instante todo el tiempo empuja y me empuja a otra acción
Levántate hombre, y sal alguna vez de la horma!
(Lengua: María Zambrano)
La aurora de la palabra es la noche del sentido
Voy en la primavera. La salvaje, singular, violenta primavera. El canto del pájaro. El comienzo
de todo, como verde levitando. La muerte con un pucho de cigarrillo en su larga boquilla
Vida quásmica
La razón de Aristóteles, la visión de Parménides
Y en cada palabra más allá de día
y noche, nacimiento
y muerte este testimonio de lo indecible. Una
perla que va de boca en boca. Me inclinaré sobre el cuerpo muerto ahí en la hierba verde. El
pálido rostro, la mirada sin mirada
Mi lengua caliente y húmeda en la suya seca, fría, blanca, fresca boca de nicotina donde
ninguna perla también es una
perla
MARA LEE
Escritora sueca nacida en Corea del sur, 1973. Ensayista y poeta. Magister en Literatura. Profesora en la escuela de escritores Biskops-Arnös. Ha publicado un libro de poemas, una novela y un libro de ensayos.
Ven. Él podría ser casi tan real como tú. Tómalo en la boca, muéstrate. Tienes que dejarlo crecer en ti. Exige su llegada. Él te moldeará desde adentro. El abultamiento que presiona el velo de tu paladar sólo es un signo de tu amor – te deformas en alguien que ama, en alguien que habla. En lo sucesivo hablarás sólo de él. Modélalo en la cavidad bucal con un impulso cuyo toque es siempre blanco.
*
Movías la cabeza hacia abajo, caíste de rodillas ante él y volcada hacia adelante. Él sólo veía tus labios. Alzaste el mentón y miraste hacia arriba; había exigencia en tu mirada. Tu petición coincidía con tu respiración; le pedías ayuda. Ayúdate. No tenía que besarte. Ni acariciarte. Sólo llenar tu boca.
*
Partió tu sexo su mirada medio iluminada. Te abrió con los dedos. Temblabas bajo su contacto. La oscuridad se tendió como una venda al rededor de tobillos, muñecas, y sienes. Te pidió estar quieta. Los dedos continuaron desescombrando el camino para su mirada. Con el ojo apretado al exterior del órgano intentó percibir tu interior. No vio nada. Humedeciste su ojo.
*
Miró en torno a sí, evitando cuidadosamente el cuerpo blanco. La primera luz del día se deslizaba en su ojo. Recibió agradecido esto. La luz, dispersaba lo turbio, aliviaba lo adolorido. Cuando de nuevo se volvió hacia ti tenía su mirada clara.