Por Marcos Fabián Herrera Muñoz
Su nombre nos remite a una generación sepultada por ese mar brumoso de pompas de jabón, que entronizó la medición algorítmica, en la requerida sacralidad literaria. Sus años en la España franquista, vividos en la paradoja del fervor de la renovación estética y la dictatorial sombra del tirano, le develaron el valor renovador de la reflexión y la crítica. El apremio por vindicar su voz holgada en universalidad y rigor, nos retorna a una obra concebida para desentrañar la secreta cartografía de su urbe.
Existe una clara tendencia al escándalo en buena parte de los cultores de la literatura Antioqueña. ¿Su discreción se inscribe en una deliberada postura que opta por caricaturizar la mentecatez y el macherío paisa, antes que escandalizar?
El escándalo es un ardid publicitario que se utiliza para disimular la incapacidad de un escritor de enfrentar con el rigor debido la compleja realidad del mundo. Es la vigencia publicitaria de lo inmediato. En toda sociedad frustrada al niño eterno que no madura, que hace diabluras sexuales, todo le está permitido porque él hace, lo que esa sociedad frustrada quisiera hacer. Habría que detectar el alcance del escándalo, la medida de las injurias y si de verdad conmueven algo en la sociedad que supuestamente atacan. Carrasquilla no dejó títere con cabeza en ese retablo de agiotistas, avaros, arribistas sociales, petimetres, falsas aristócratas con que retrató la sociedad de negociantes, de politiqueros, la simulación social de la Antioquia que le tocó padecer. Barba Jacob reclamó los eternos universales de la belleza clásica para expresar en sus poemas el dolor, la angustia de vivir pero también para exaltar la vida. Su vida sigue siendo un escándalo para una sociedad hipócrita que no ha dejado de condenarlo por el hecho de haberse declarado homosexual o sea de no hacer de esta condición, un motivo publicitario. Una cosa es el hundimiento existencial de un Rimbaud, el asumir llegar a lo peor en el lenguaje y en las consecuencias políticas de la injuria como en Celine, y, otra la de esos hijos de la publicidad que Cioran llamó, “Dostoyevskis con chequera”. La novela nace en Occidente como la conciencia del conflicto entre el individuo y lo establecido, en ese tránsito, como señala Steiner entre el mito telúrico y la novela. Desde mis primeros libros la presencia de la ciudad ha estado presente como verificación de ese tránsito, de estos shocks producidos por la modernidad frente a los rezagos de una sociedad patriarcal aferrada a sus privilegios, a su intolerancia frente a los otros, a su odio a los pobres considerados como fracasados sociales, a escritores y artistas considerados como improductivos y por eso innecesarios. En las dos últimas décadas la aparición del narcotráfico derrumbó esas viejas estructuras patriarcales pero produjo una mutación en las nuevas formas de hipocresía e intolerancia, de convertir la exclusión social en una maquinaria de muerte, de incrementar las nuevas formas del arribismo social. Adentrarse en estos a veces sutiles cambios en los dueños de los capitales, del significado de traición, de rencor hacia el débil y el inocente, exige tiempo y lucidez para recapacitar en la apariencia de estos protagonistas de la crueldad y el atropello. Quien aspira a esto no tiene tiempo de caer en esos falsos escándalos.
Hojas en el Patio, equilibra una lograda consonancia entre formalidad y pulsión narrativa. ¿Aporta éste recurso estilístico a diseccionar una nueva óptica de la ciudad?
La ciudad moderna es la definición de Balzac, de Baudelaire, de Zola, como lo es de André Bieli en su “Petesburgo” o en James Joyce con su Dublin y hoy lo es en el DeLillo de “Submundo”. La ciudad supone la convergencia de infinitas voces y costumbres, de imprevisibles músicas, la ciudad es un caleidoscopio de lenguajes, vocablos, argots que se caracterizan todos por identificar los nuevos lugares, los imaginarios en marcha. En la ciudad no sólo hay lucha de clases sino enfrentamientos de hablas, de memorias, de dialectos donde se ocultan los nuevos códigos de honor, la idea de territorialidad que nada tiene que ver con la propiedad privada, pero también la idea de solidaridad, la noción cercana de confianza, los códigos secretos. Estos quiebres lingüísticos conducen a la certidumbre de que así como la ciudad lleva a la autonomía del fragmento frente al poder central, así estos dialectos se adentran en la crudeza de la violencia cotidiana bajo poderes abstractos, pero también restablecen lazos de reconciliación, de confianza en estos territorios imaginarios del nómade, del desplazado. Música sincopada, poesía secreta o cifrada. Dar forma narrativa al tiempo particular de esta realidad supuso siempre para mí el tener que adentrarme en este vértigo de voces, de nuevas costumbres, de derrumbes interiores, de un concepto trágico del destino y de la muerte. Potenciar esas luces moribundas, esa música dispersa en el horror y la mentira social, en la farsa de la Historia fue y es una tarea de apartamiento, de lectura de estos cambios sociales, afianzada en haber sido siempre muchacho de barrio pero también en ser heredero de aquellas grandes experiencia narrativas sobre la ciudad. Saber escribir es partir de la conciencia de que a las palabras que definen una vida y sus escenarios es necesario buscarlas in situ, sacarlas del lugar común de lo obvio y concederles su universalidad. Decir que el estilo es el hombre es referirse a esta compulsiva tarea de desvelamientos, de identificación de rutas invisibles, la trampa del criminal pero igualmente las estrategias del inocente que sabe escapar a tiempo. Por lo tanto lo que se celebra en esta escritura es la vida y no la muerte, ya que la lírico no es una definición a priori sino, tal como lo busqué desde mis primeras narraciones, un aliento de esperanza, desde el fracaso, de la grandeza moral de los verdaderos seres humanos.
Un verso de su libro Geografías sentencia: " Sólo la noche nos restituye a nuestra antigua identidad". ¿Es la poesía un retorno a la esencialidad humana?
La poesía es la esencia de lo humano, lo que nos hace humanos y nos recuerda que somos herederos de las imágenes primordiales en un tiempo donde se nos ha despojado por parte del totalitarismo político y económico de nuestra heredad verdadera, de nuestra relación íntima y soberana con el mundo, de nuestra esencia única que es la libertad. Por eso la poesía –que no hay que confundir con los versos ni con lo que llamamos poemas- se niega siempre a la función que suelen asignarle las servidumbres políticas o religiosas. Por esto se regresa a lo que no es mensurable, a lo incomprensible, al trazo inicial o sea a la metáfora, a la imagen, región autónoma donde podemos reconocernos en un pasado común, en la unidad perdida. Mi poesía ha buscado lo esencial en ese alcance que tiene toda meditación sobre la caducidad, sobre lo transitivo. Aprehender el instante es salvar del olvido, de la ruina de las imágenes el balbuceo del desplazado, el gesto del peregrino, el reclamo del despojado que busca en la noche escapar de los asesinos.
Los personajes de libros En Tierra de Paganos y Para Decirle Adiós a Mamá, formulan territorios reflexivos en sus tramas, convocan dimensiones que cuestionan y replantean la realidad. ¿Es su literatura una requisitoria a las convenciones que permean los rituales sociales?
Diferenciemos entre las costumbres sociales que caracterizan la ideología de la burguesía y que es característica de la novela moderna y los llamados cuadros de costumbres simples escenificaciones de una supuesta vida idílica. Las costumbres en Carrasquilla son el reflejo y la definición histórica del simulacro de los nuevos ricos, de la dimensión de la codicia humana pero en Eugenio Díaz, en Rueda Vargas, Vergara y Vergara estos cuadros de costumbres se niegan la visión crítica de esos grupos sociales, del rastacuerismo imperante como impostura cultural. “Toda gran fortuna, decía Balzac, comienza por un crimen”. Desvelar lo que las apariencias sociales encubren, lo que el dinero objetiva, sigue siendo la tarea de la verdadera novela y es esto lo que yo he analizado en “Hojas en el patio”, en “En voz baja”. En la primera analizo el derrumbe de una economía y de la sociedad que la representa y en la segunda analizo el impacto demoledor del narcotráfico sobre la vida de una pequeña población y a través de la mirada lúcida y amarga de dos mujeres cuya cultura y proyectos de vida se derrumban ante el impacto de la vulgaridad. En dos novelas que acabó de terminar y que me han exigido una redacción de más de cinco años, “Las razones del traidor” y “Las sombras” continúo el análisis de las contradicciones y despropósitos de una sociedad que al renunciar a sus valores se desliza irremediablemente hacia la violencia y el imperio del mal. Lo importante es lograr potenciar las posibilidades de la ficción para crear personajes representativos como conductas individuales y por lo tanto responsables de esta hecatombe.
¿Osarías en diagnosticar el estado de la crítica cultural en Colombia?
La conversión del libro en mercancía condujo a la nefasta idea de confundir calidad literaria con éxito comercial tal como recuerda Claudio Magris. Desaparece así la tarea de la crítica y en lugar del ensayo crítico, aparece la lista de “libros más vendidos”. Pero algo más terrible sucede ya que el mercado borra todo nexo con la tradición y con la historia de la literatura. El lector de hits comerciales, de bestseller disfrazados de literatura seria, ignora por completo las obras incluso del pasado inmediato de la literatura. La cultura se basa en la capacidad de generar vasos comunicantes que logren establecer nexos necesarios con otras culturas, con aquellas obras que han hecho posible que la literatura exista y se renueve. La responsabilidad de un escritor se plantea de frente a esos cánones, a esa experiencia del mundo. García Márquez no hubiera podido ser un escritor universal sin el magisterio de Faulkner y de Virginia Wolf. El presunto gesto adánico de partir del punto cero de una supuesta identidad nacional sólo conduce al ombliguismo, a un parroquianismo satisfecho. En el imperio de esta banalización de la cultura la crítica es sustituida por meros reseñistas de ocasión a sueldo de los grandes pulpos editoriales y el editor es sustituido por el jefe de ventas. La crítica es un ejercicio de reflexión que exige una necesaria distancia en el tiempo para escapar de estos condicionamientos publicitarios, de estos zombies creados por los llamados agentes literarios. Fue la grandeza de Sanín Cano, de Ernesto Volkening, de Eduardo Zalamea Borda, de Hernando Téllez, de Valencia Goelkel, de Gutiérrez Girardot. Y a nivel universal es hoy el magisterio de George Steiner, de Claudio Magris. Recordemos no confundir el ensayo que es reflexión y por lo tanto pensamiento con las monografías académicas que no son nada.
Libros de poemas como la Muchacha de la Leyenda y Lugares, se familiarizan al trazar una disquisición a partir de la observancia de lo cotidiano. ¿Concibes la poesía como el prisma para resignificar lo humano?
Creo que fue Karl Krauss quien aconsejó que debiéramos escuchar los acordes del día “como si fueran eco de la eternidad”. Lo cotidiano no puede confundirse con la rutina que conduce a lo trivial, lo cotidiano se construye silenciosamente como un refugio secreto compuesto de hábitos y de mapas íntimos que utilizamos como coraza frente a las inclemencias de la historia. En lo cotidiano se aloja el ángel pero también el asesino. Los ecos de la eternidad nos permiten desvelar lo que se había ocultado, la presencia viva de las voces tutelares, el cálido murmullo del mundo que se había hecho invisible a los ojos de una mirada deformada por la vulgaridad de las costumbres. Decir con Blas de Otero, “esta es mi casa: habitación de la palabra” es recordar la soberanía de las palabras como las únicas geografías que nos quedan. Refugiarse no significa aislarse sino preservarse ante el lenguaje oficial corrompido por las ideologías al uso, ante la fraseología manipulada de los llamados medios de comunicación verdaderamente perversos y en donde la frivolidad publicitaria ha sustituido a la crítica, a la reflexión, donde la llamada vida de farándula ha sustituido el espacio de la cultura.
¿Dialoga nuestra actual literatura Colombiana con las diversas tradiciones universales?
El arte, la literatura, la arquitectura, la música son palimpsestos inscritos secretamente, no sólo como Historia de la Cultura sino como el legado permanente de una memoria común que, únicamente podemos recuperar estableciendo un diálogo con los cánones universales gracias a los cuales lo local puede y debe convertirse en lo universal. El diálogo con lo que llamaríamos paradigmas de la literatura me sirve además para cotejarme y no caer en una actitud autosatisfecha. Lo moderno, nos aclara Hausser, es aquello que producido en cualquier época nos sigue hablando en medio de las afugias del presente. Creo que fue siempre éste, el esfuerzo de nuestros grandes escritores al incidir críticamente en los desfases de nuestra realidad pero manteniendo el vínculo necesario con la literatura universal, o sea con aquellos valores que fundamentan la noción de libertad, de emancipación intelectual. El pésimo capítulo que Vargas Llosa dedica en su última novela a las caucheras de la Casa Arana en el Putumayo reivindica la universalidad de esa obra maestra “La vorágine”. Fuera de los escritores inventados por el marketing y a los cuales se puede aplicar el dicho de que lo que viene por marketing por marketing se va, algunos jóvenes escritores están buscando reanudar este diálogo necesario que se había roto, desafortunadamente por absurdas imposiciones de tipo político, de un regresismo paralizante a nombre de una supuesta identidad nacional. “Contamos con el arte- recuerda Nietzche –para que la verdad no nos destruya”.
Es reconocida su faceta de revisión y exégesis de la plástica y el arte. ¿Hemos superado los esnobismos y remedos para inscribirnos en un corpus autónomo y auténtico?
El esnobismo fue algo propio de los grupos de poder, recordemos el rastacuerismo de la falsa aristocracia bogotana, para aparentar un supuesto “estar al día” en lo referente a una moda internacional. Hacia los años 70 el artista plástico dejó de ser considerado como un pobre diablo y se lo incorporó a la nueva vida social de cocteles y parrandas. Balzac ya había diseccionado irónicamente esta concepción filistea del arte y del artista, esta aparición del parvenu o sea del recién aparecido social y de la llamada vida artística donde el burgués disimulaba su aburrimiento y su vacío existencial y las damas de la alta cultura fungían como musas de la nueva inspiración estética. De esa vorágine de mecenas de ocasión, de coleccionistas y de las pomposas inauguraciones de los llamados Salones Nacionales de Arte fue menos lo que quedó y mucho más lo que arrastró esa marea de esnobismo. El cementerio de jóvenes artistas de un relumbrón pasajero y que luego desaparecen es conmovedor. El arte como elección dio paso al arte tomado como una carrera académica. Hoy la globalización ha arrojado sobre nosotros tal cantidad de flujos de información que apenas si se cuenta con el tiempo y sobre todo con la capacidad de reflexión, necesaria para distinguir lo que debe ser conocimiento de lo que es simple información. De un arte mimético hemos pasado a ese “todo es arte” donde el común denominador es el “dejá vu”- lo que ya está visto- o sea el reino de la falta de imaginación, de la incapacidad de crear significados, de ir más allá de la tiranía de los teóricos de turno y donde se confunde la muerte del arte, con la crisis de los modelos de consumo impuestos por la economía neoliberal. Agreguemos a esto la intolerancia de quienes a ultranza pregonan el regreso a una identidad precolombina y han deformado los alcances culturales de la antropología, para darnos cuenta de la situación que debe hoy afrontar el artista de verdadero talento y que trata de crear un camino de búsquedas personal.