Premio Nacional de Novela Corta, Universidad Javeriana
Los Jurados: Roberto Burgos Cantor, Luz Mary Giraldo y Rodrigo Parra Sandoval, después de evaluar las 70 novelas que llegaron al concurso nacional emitieron el fallo a favor de El inquilino, del escritor, catedrático y gestor cultural Guido L. Tamayo, de gran reconocimiento en nuestro medio, ex director cultural de la Feria Internacional del Libro de Bogotá y actual coordinador general de la Feria de Libro de Quito, Ecuador.
La nouvelle, noveleta o novela corta es un género a caballo, exigente y luminoso, entre el cuento y la novela, y en su historia hay una galería de obras maestras. Sin embargo son cada vez menos sus cultores. ¿Cuáles son las motivaciones de esta lamentable ausencia?
La novela ha sido el género en el cual se ha depositado, muchas veces con injusticia, la narración de la sociedad burguesa y de las peripecias del hombre contemporáneo en detrimento del cuento, la novela corta y no digamos ya de la poesía. Ese endiosamiento de la novela proviene con acierto de la narración del siglo del XIX, pero ya desde mediados del XX hasta nuestros días su alcance se ha evidenciado limitado, pero la industria editorial la ha puesto sobre el pedestal de sus ventas.
El Inquilino es una recreación de la ciudad de Barcelona durante los años ochentas. Nostalgia de una ciudad arrasada por las exigencias de una modernidad que acostumbra destrozar la memoria. Fuiste tú mismo víctima y testigo de este proceso feroz. ¿Cómo lo recuerdas?
Barcelona padeció lo que al parecer es inevitable en las ciudades modernas: su transformación en ocasiones sepultando preciosa memoria colectiva. La entrañable Barcelona del pueblo pescador de la “barceloneta” y del “barrio Chino” -tan bien narradas en las novelas de Eduardo Mendoza, Juan Marsé o Manuel Vásquez Montalbán-, fue arrasada por las olimpiadas de 1990 para hacer “limpieza” y “modernizar” la ciudad. Desde entonces Barcelona por supuesto ya no es la misma, pero sobre todo, dejó de ser una ciudad amable para convertirse en un gran supermercado del diseño y de todo cuanto uno se imagine. Ahora es imposible caminar sin toparse con una tienda. Como siempre esa memoria quedará en la literatura y El inquilino es un pequeño homenaje a esa ciudad gótica, maleva, mediterránea que gozaba aún de la fiesta de celebración de la muerte del dictador.
El personaje central de El Inquilino es un escritor que vive prácticamente encerrado en su habitación. Una pieza amarilla, devorada por la nicotina. Sabemos que la ficción parte de un ser real y es algo así como un homenaje invisible. ¿Cuál es la identidad de este sujeto y por qué lo elegiste para convertirse, después de pasar por el filtro de la imaginación, en el héroe de tu obra?
Mi novela celebra la existencia de un escritor ahora inexistente: un hombre embriagado de literatura, invisible, sin vida editorial ni mediática. Este personaje se construye sobre la figura real, como casi siempre sucede, de un hombre de carne, mucho hueso e imaginación: Miguel de Francisco. Fue un hombre ensimismado de literatura que sacrificó lo más importante su vida afectiva, familiar, económica, etc., por su pasión por la escritura.
Ahora son muchos los escritores que acometen empresas de largo aliento, ficciones enormes que tienen la pretensión de ser totalizadoras y, como el Aleph borgiano, intentan contarlo absolutamente todo a la manera de los demiurgos. ¿Qué hay detrás de semejantes aventuras?
Son respetables aunque ingenuas. Pienso que la novela, como los otros géneros contemporáneos, no puede dar cuenta de un mundo tan distinto e inabarcable. La extensión de un texto debe estar dada por las necesidades internas de la narración y no para albergar el fluido narcisista de un autor.
Tu gestión cultural ha sido vasta e infatigable. ¿Cómo percibes el momento actual de la vida intelectual latinoamericana?
Creo que América Latina en general, y Colombia en particular, sigue siendo víctima del desprecio oficial por la cultura. No obstante, en vez de estar dedicados a la queja eterna, muchas personas y colectivos han hecho y están haciendo cultura todos los días y en todas partes. Por eso la creación es vital y permanente en nuestros países.
De las ferias y celebraciones de la inteligencia que conoces, ¿cuáles son a tu parecer, las que tienen propuestas más sanguíneas, vitales y novedosas?
Me gusta la oferta editorial, diversa y extensa de las ferias del libro de Buenos Aires y Guadalajara. Me da envidia el presupuesto de esas ferias y el profesionalismo con que las organizan. Me gusta el espacio generoso de la Feria de Bogotá y su concepto aún humano de programación sin las fatigas y atosigamientos de la de Guadalajara. Me parece que las ferias pequeñas como las de Quito, Santiago de Chile, San Juan, Caracas, etc, deberían aprovechar su tamaño para subrayar al autor como eje principal de su existencia.
¿Cuáles son los escritores a los que les confías tu alma a la hora de sentarte a escribir?
Eso varía, pero en los últimos días invoco a escritores como J.M. Coetzze, Philip Roth, Henry James y Thomas Bernhard.
¿Cómo está la relación de los escritores latinoamericanos en su diálogo con el mundo, con las otras culturas y los otros ámbitos?
No tengo una idea clara sobre semejante asunto, percibo indiferencia del mundo europeo y norteamericano con algunas pocas excepciones. Por el contrario, veo con entusiasmo un lento pero creciente interés de los españoles por nosotros. Por lo menos eso parecen indicar los recientes premios Tusquets y Herralde.
¿Qué viene para Guido Tamayo después de El Inquilino?
Sentarme a escribir, rogar para que las circunstancias sean más propicias y pueda gozar de más tiempo para la escritura sin mortificarme por conseguir para pagar el alquiler del apartamento.
Háblanos del éxito, de los concursos, del afán de prestigio, tan caro a muchos escritores...
El prestigio tiene una existencia transitoria y sobrevalorada. Lo importante es vivir la intransferible excitación de construir una historia.
Guido L. Tamayo (Bogotá - Colombia,). Narrador, ensayista y gestor cultural. Autor de: El retablo del reposo, Premio del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 1991. Dirigió la serie antológica de cuento El Pozo y el Péndulo de Editorial Panamericana. Con su novela El inquilino obtuvo el Premio Nacional de Novela Corta, Universidad Javeriana.