El Ojo Editorial

UN NOBEL SOÑADO
El 24 de junio del presente año, después de una vida consagrada al glorioso tormento de la lucidez, Ernesto Sabato, el más visceral y obsesivo de los autores del ya legendario Boom Latinoamericano, cumplirá cien años de vida, dudoso privilegio donado a muy pocos, entre ellos, que lo recordemos ahora, el infatigable Claude Lévi-Strauss y el genial Ernest Jünger. Parece una ironía, pues si alguien ha puesto en tela de juicio, con argumentos de una legitimidad lírica incontrovertible, las reglas de juego, la retórica  y los mecanismos con frecuencia  execrables de la condición humana, desde unas parábolas aterradoras y hermosas, es este argentino de aspecto lánguido y meditabundo, nacido en 1911 en Ciudad de Rojas, y quién no desfalleció nunca en la exploración de nuestros más pavorosos abismos, conservando una fidelidad asombrosa a su familia de espectros y demonios, hasta el punto de que los más afiebrados e imaginativos de sus lectores conjeturan ahora que su terca longevidad, así como su existencia  actual  –lóbrega, solitaria, pobre y desapacible- no son más que un ajuste de cuentas de la fantasía, o el cumplimiento cabal de una de las ominosas e inexpugnables  purgas  existenciales a las que sus tramas nos arrojan.
Como Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti, Sabato ha sido un autor en la línea de sombra, un cliente de cierta distancia e introspección lustrales incapaz de asumir el ejercicio de la escritura como una profesión y un magisterio glamoroso, mediático y lucrativo; a pesar de haber actuado en diversos escenarios de la realidad y de haber tomado la palabra en las más trágicas circunstancias de su nación, especialmente durante los años de de las feroces dictaduras militares del Cono Sur, nunca fungió como astro teatral y parece pertenecer, más bien, al grupo de artistas adversos a la trivialización mundana con la que la modernidad castiga y compra a sus artistas. Jamás le vimos destellar superficialidad en los salones rutilantes, al estilo de autores como Carlos Fuentes o Vargas Llosa en el mundo de habla hispana, o como Norman Mailer y Truman Capote en el universo anglo- parlante, ni, menos todavía, asumir aspiraciones de índole extra-literaria, como las que, cual llamado impetuoso, extienden la política, el poder, el cine, las modas, la economía o la publicidad. En eso, Sabato resulta ser fascinante, como también en el hecho de no haberse “sobreactuado” publicando ejercicios de estilo ni bagatelas insustanciales “genialmente escritas”, vicio que, para nuestro hartazgo, estila la mayoría de los maestros y animales sagrados de las letras, terminando siempre  por fatigarnos con sus artilugios y su pirotecnia, tan puntuales como para volverse innecesaria. La obra de ficción de Sabato –a la que acompaña cual diestro y vital centinela su portentoso discurso ensayístico- está constituida únicamente por tres libros –El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddon el exterminador-, pero en realidad, y como lo dijera él mismo en reiteradas ocasiones, estas no son sino las tres partes de un mismo monotemático, avasallador y ardoroso libro. El antejardín, la casa y el jardín de un proyecto total.  
Por todo lo anterior, y sabedores de que un ejército de discípulos, devotos y admiradores de Sabato sigue existiendo en los más variados puntos del orbe, así los perseguidores frívolos de novedades y vanguardias ya ni si siquiera lo citen, nos parece legítimo soñar en este instante con que los adustos e indescifrables jurados del premio Nobel de Literatura, esos misteriosos cónsules sin rostro y a veces sin brújula, le conceden en 2011 el codiciado laurel a este practicante de la más escrupulosa ética literaria y humanística, a este testigo afiebrado de nuestras tempestades, y alguien que  –como ocurre siempre que empieza una sobredosis de vida- está siendo olvidado sin que aún lo haya cubierto la penumbra, y que representa a los marginados, los rotos, los habitados por inclementes tempestades, los amantes sin retorno, los heridos en su sexo, en su historia, en su patria y en su identidad.
¿El Nobel para Sabato en 2011? Sería la oportunidad de que la realidad coincida alguna vez con el deseo, y de premiar en vida a alguien cuya obra, luego de la ausencia del autor, está destinada a resurgir con una fuerza ciclópea, y a ser estudiada, reinventada y angustiosamente adoptada por las generaciones venideras, las mismas que volverán a encontrar las claves de su desarraigo en personajes como María Iribarne, Alejandra y Martín o Juan Pablo Castel.
¿Un Nobel para la Argentina? Quizá una manera de hacer justicia a una nación tantas veces merecedora de las más altas distinciones literarias, argumento que se ve respaldado con los nombres de Julio Cortázar, Manuel Mujica Lainez, Roberto Juarroz, Enrique Anderson Imbert, Adolfo Bioy Casares y, por supuesto, Jorge Luis Borges. ¿Un Nobel para Argentina? ¿Será sencillamente un sueño? ¿O es acaso la posibilidad de cumplir una cita feliz antes de que sea demasiado tarde?
Muchos serán los que consideren la posibilidad de un Nobel para Sabato como un desvarío, un imposible al que se opone la realidad. Pero para la imaginación no hay ningún imposible. ¿O si no para qué existe la novela, para que cobran vida los cuentos y poemas, para qué nos entregamos a esta única fe no desgastada por los trabajos del tiempo?
Postdata: Empecemos a jurado con que el jurado de Estocolmo llegará a tiempo para enriquecer la presea, además de Sabato, con nombres como el poeta español Antonio Gamoneda, el novelista Juan Goytisolo, el polígrafo italiano Umberto Eco y el sirio Adonis.