El sexto sueño - Yuichi Mashimo

En homenaje a un país y a su extraordinaria cultura, que además de haber deslumbrado al mundo con sus artilugios tecnológicos ha producido en todas las artes desde hace centurias lo más refinado y perturbador de la creación, publicamos tres poemas del japonés Yuichi Mashimo precedidos de un ensayo sobre su obra Casa tiempo, que verá la luz el 25 de marzo en los Cuadernos de Viernes de Poesía de la Universidad Nacional de Colombia.
Todo el planeta ha sufrido durante esta semana las aterradoras imágenes del terremoto de Japón y el posterior tsunami, por lo cual simplemente queremos rendir tributo en nombre de este poeta –quien termina el próximo mes su año sabático en Colombia– a los imprescindibles creadores que como Yukio Mishima y Yasunari Kawabata, Yasujiro Ozu y Akira Kurosawa, y tantos otros, nos han ofrecido la quintaesencia de la imaginación del hombre. A manera de colofón recordamos “El monte Fuji en rojo” que integra el magistral film Los sueños (1990) de Akira Kurosawa, donde este reconocido visionario asume la terrible posibilidad de otra hecatombe nuclear en el Japón, esta vez ocasionada por la destrucción de los reactores nucleares. 

¿Es la muerte el tiempo sin sombra?

Por Gonzalo Márquez Cristo

Otro río buscamos.
Líquida lengua, límpida longitud.

La pugna entre el tiempo y el poema tiene en este libro de Yuichi Mashimo una fuerza fulgurante. La poesía pretende en su misterio responder la pregunta esencial del devenir: los nacimientos y las capitulaciones, la arrasadora ausencia y también el milagro fundador; pero aquí, el invisible asesino, el trémulo depredador, se convierte en lenguaje y su oscuro reptar se verbaliza... Porque el tiempo, en estos misteriosos textos, no se vive, se pronuncia, y toda creación nos lleva por una vía que tal como confiesa el poeta oriental, puede sorprenderlo en nuestro inerme y devastado interior.

Habitar ha sido reconstruir el tiempo
que no se había dado,
inventándolo con el que nos esperaba
desde el fondo de nosotros.

Para este escritor japonés, extranjero en su propia lengua –porque sólo el idioma español fecunda su creación poética–, el enemigo trabaja en nuestras vísceras, roe nuestros huesos, aniquila el porvenir como lo hace Cronos al devorar su descendencia; e incluso destruye su pasado, pues también allí el tiempo se afantasma despojándose de su fulgor:

Lo escuchamos por su memoria que calando está en el tiempo ya sin sombra.

Transcurrir verdadero, éste, donde la realidad no se define en la luna del recuerdo y del porvenir sino en el sol del presente, en su magnífico ardor. Y como la muerte está siempre adherida al insobornable ahora —no la ajena que es irreal sino la dueña de nuestra voz—, su rutilancia tiene un linaje singular, y es en su dominio donde esta implacable jugadora de ajedrez —como la imagina Bergman— carece de sombra, por ser la sombra misma. Es allí cuando ese río que no buscamos—según el verso citado al inicio— se muestra traslúcido al ser impactado por la presencia de la muerte, por la danzante ciega, que en la cumbre del instante, es la única que puede apresar su evasivo rostro de agua.

Solos, contamos con las palabras humanas para preguntarnos cuándo empezó esta noche en la que continuamos naciendo y nunca moriremos del todo

El lenguaje se esgrime entonces como la opción original que pretende el esclarecimiento de unas tinieblas convulsas. La noche, para el poeta en cuestión, ya no se encuentra en el tiempo pues su realidad está en la eternidad como lo pensara Rimbaud; y no significa pérdida o pobreza, sino según el aspecto revelado por Rilke —voz de luminosa presencia en la obra de Yuichi Mashimo— la agitación del sueño y su tiranía escénica que nos libera de toda indigencia: “¿A quién no le queda al menos la noche, la anhelada…? ¿Es acaso la noche más leve para los amantes?”
El poder de la penumbra tiene en Casa tiempo III su aciaga morada… La zozobra de los insomnes es una condena voraz, sin embargo durante el tránsito del sueño impera otro extravío acezante, nuestra agitación temeraria, como lo podrán testimoniar quienes atraviesen esta siembra de palabras que llamamos poesía.

Soy el río, soy la llama.
Su consumación da sentido a la pasividad de lo real.

Agua y fuego liberan su combate onírico. Lo visible es puesto en entredicho por ese monstruo que nos inventa todas las noches antes del amanecer y que nos subyuga con sus, todavía, enigmáticos artilugios. El Minotauro que guía nuestras más increíbles ensoñaciones, que mueve los hilos de nuestro vértigo, jamás descansa. La interrogación del sueño que fundamenta al psicoanálisis nos hereda una realidad más habitable, o por el contrario, nos lega la riesgosa patria de lo invisible. El laberinto recorrido por un yo extraviado en aquel mundo pálido burla los sentidos y nos deja a veces distantes de nuestro deseo. Inexorable contradicción, pues desde los griegos hasta la revolución freudiana la pregunta perdura en su incisiva temeridad: ¿Es Caronte o Eros el perverso timonel que urde nuestros sueños? No importa, ambos son los más antiguos nombres de la oscuridad…
Y así, nuestro auténtico ser se halla en esa contienda cotidiana con las sombras, parecieran decirnos —el nefasto remero del río Aqueronte y el sigiloso cazador alado que nos acompañan desde Grecia—, porque es entonces cuando el ojo irrumpe como una de nuestras liberaciones infalibles. La cárcel de la visión, el calabozo de los sentidos, denunciado desde hace más de dos milenios por aquel filósofo insuperable, para el autor de Casa tiempo tiene una inversa postulación, al adentrarse con una poesía inquisitiva y abisal en un mundo donde la vigilia es liberadora y donde el alba es el único sosiego que le corresponde a todos los seres del abismo.

Ah, y cuando despertemos, ¿estos amaneceres ciegos se esclarecerán?